Por eso lucía un anillo que tenía grabado el número 13, y en una ocasión en la que alguien del público le lanzó una “bicha” muerta (una culebra, símbolo de mala suerte), desafió al infortunio atándosela al cinto. Pero en la intimidad, y antes de cada corrida, el Gallo le rezaba trescientas oraciones a las estampas religiosas que llevaba en una capilla portátil.