Él accedió y, cuando le llevaron a su nuevo emplazamiento se dio cuenta que era la taza del váter. Al negarse el piloto tomó cartas en el asunto y le dijo al pasajero que allí se hacía lo que él dijese porque era su avión, estaba bajo su mando y debía estar agradecido por estar a bordo. Demandó a la compañía, JetBlue, y obtuvo una indemnización de dos millones de dólares.