LA
HISTORIA DEL MAMBRÚ DE
ARBETETA
En tiempos del rey Felipe V, un
joven mozo de Arbeteta, hijo del modesto sacristán del lugar, que oficia también de maestro, deviene en amores con una agraciada y bella muchacha, vecina de Escamilla, nacida en el seno de una
familia de adinerados agricultores. Pero el padre de la doncella, al conocer la noticia del, para él infausto noviazgo, ordena encerrar a su hija, en lo más recóndito de su amplia casona.
El muchacho, dispuesto a alcanzar honores y fama, se alista en el
ejército expedicionario español y combate bravamente en la llamada campaña de Saboya, relevante acción
militar destinada a recuperar las posesiones borbónicas en el Piamonte italiano. Al terminar la contienda, orgulloso y enriquecido, regresa a Arbeteta, ataviado con el brillante uniforme de granaderos de la guardia real, con casaca azul, en el cual resplandecen las divisas de sargento. Sus sorprendidos convecinos, llevados por las modas del momento, bautizan al flamante héroe con el nombre de Mambrú, aquél que se fue a la guerra.
En un día de domingo, el joven y apuesto granadero, luciendo sus mejores galas, se encamina hacia Escamilla. Desea ver a su enamorada y expresar, de nuevo, firmes promesas de casamiento. La chiquillería del lugar le sigue por doquier, y las muchachas solteras admiran la donosura del recién llegado. Dicen que la muchacha, al saber la llegada de su pretendiente, desfallece de alegría. El progenitor de tan ilusionada criatura, cuando el aguerrido soldado le solicita la mano de su hija, exclama con desprecio: " ¡un simple sargentín es muy poco para la dama más rica y más guapa de Escamilla".
El llamado Mambrú, doliente y desesperado, al contemplar la
torre de la
iglesia, todavía inconclusa, concibe una ingeniosa añagaza.
Pocos días después, los arbeteteros observan, con gran desconcierto, cómo el sargento, vestido de uniforme, tras el toque del Ángelus, sube a la cúspide del
campanario y, desde allí, enarbola al viento una gran
bandera, orientada siempre hacia el sur. En Escamilla, a esa misma hora, la hija del acólito del templo voltea las
campanas, mientras la afligida novia, desde el remate de la torre, hace ondear su pañuelo en dirección a Arbeteta. Un eterno diálogo de amor repetido durante largos años.
El perseverante soldado, ya con el rango de teniente, enredado en nuevas guerras en territorio itálico, es abatido en el
campo de batalla. Las humildes y bondadosas gentes alcarreñas ruegan por su alma. La angustiada y gimiente novia, día tras día, continúa subiendo al campanario de la iglesia y desafía a los vientos, al agitar duelos y lutos, con la negrura de su pañuelo. Triste, enferma y desalentada, muere en una tarde de
primavera. Su entrañable
amiga seguirá cumpliendo con el motivo ritual.
Los vecinos de Arbeteta y Escamilla, conocedores de los trágicos amores, al terminar de edificar las bellas y barrocas
torres, instalan en sus pináculos las imágenes del Mambrú de Arbeteta y de su prometida, la Giralda de Escamilla. Allí permanecen, debidamente restaurados, como ejemplo de ancestrales relatos, recitados ante el fuego del hogar, anclados en la secular memoria de los
pueblos. Hermosos recuerdos de trágicos amores, acaecidos en las tierras alcarreñas, que sobreviven al correr del tiempo.