ARMALLONES: “Rebeldía” - - ...

“Rebeldía”







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Alejandro Soriano Vallès





Una más de las distorsiones que la posmodernidad ha creado con su lectura de la vida y obra de Sor Juana es la pretensión de rebeldía. De hecho ésta es el estadio final, el mar en que desembocan las distintas corrientes críticas que la constituyen. Su nota común es, en efecto, la suposición de que la poetisa habría de “rebelarse” —según hice notar antes— contra su fe católica (o, al menos, contra sus depositarios, es decir contra la Iglesia jerárquica). En realidad, tal deformación de los datos históricos (en ningún texto contemporáneo suyo aparece semejante idea) es una herencia de la modernidad; la cual, empeñada en demostrar precisamente ciertos aspectos “modernos” en el pensamiento sorjuanino, llegó a creer incluso en su “heterodoxia”. Buen ejemplo lo tenemos en E. Abreu Gómez, quien, apunta el p. Méndez Plancarte, afirmaba que la Fénix “fue escolástica en su discurso y heterodoxa en su pensamiento... Aun dentro de lo litúrgico, no se rindió a una teonomía absoluta... Para ser justa, la Inquisición habría tenido necesidad de quemarla y de canonizarla al propio tiempo”. Acusación ante la cual, con justa razón, se indignaba: “hechas a un lado las menudas pajas —que la Inquisición tuviera el ‘canonizar’ entre sus funciones, o que nuestra jerónima negara el absluto señorío de Dios— el áureo grano está, y en eso quedamos, en que Sor Juana era lisa y llanamente, una Hereje...; un sedeño piropo, sin embargo, ya que la ‘herejía, para Sor Juana, no fue sino un problema condicionado por la geografía, la historia y el destino’ [...] Muy cierto que ella —en su Respuesta a Sor Filotea y sus Ofrecimientos del Rosario—, habla muy claro ‘del malvado Pelagio, del protervo Arrio y del malvado Lutero y los demás heresiarcas’...; y medita entre los mayores cuchillos de dolor de Nuestra Señora a los herejes y apóstatas, que ya ‘en la carrera de la vida y en el camino de la luz, volverían atrás, descoyuntando el místico Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia’...”
Pues bien, esta creencia, con sino ligeramente diverso (hoy no se trata de hacer a Sor Juana “moderna”, sino “personal” y, por lo mismo y según sea el caso, Poeta (sólo poeta), Feminista (sólo feminista), etc.) priva en la crítica posmoderna. La imaginada “rebeldía” de la monja es un modo de enfrentarla a algo con lo que , en lo individual, no se está (ni se tiene por qué estar) de acuerdo: el hecho de que Sor Juana hubiese preferido su fe a su “vida de intelectual”. Se toma entonces cierto aspecto (real —su faceta feminista— o irreal —su supuesta “heterodoxia”—) de su vida y, tras “personalizarlo”, tras volverlo “a la medida” del crítico postergando el resto de ellos (los que no concuerdan, digamos su fe, manifiesta ahí mismo, en su poesía, en sus párrafos auténticamente feministas, &), se la convierte en lo que uno sea, o quiera que Sor Juana sea: no católica, rebelde a la autoridad, &. ésta es una buena forma de hacer resaltar, por contraste, los aspectos (parciales, en todo caso) que a uno, en lo individual, le interesan de la biografía de la Décima Musa.
Sin embargo, y para desgracia de quienes realizan este tipo de crítica, la existencia toda de Sor Juana demiente el colofón —que, bien mirado, es piedra angular— de tan vehementes deseos. A falta de espacio, escojo el argumento más solicitado por las diversas corrientes que, inoculadas de posmodernidad, suponen una monja rebelde: ella —bien porque se la crea (así, con mayúsculas) Poeta o Heterodoxa o Feminista o... Casi cualquier cosa— se enfrentó “osadamente” al poder eclesiástico, razón por la cual habría sido obligada a abandonar sus escritos y estudios; decisión contra la que, por supuesto y cuando menos en un inicio, “tuvo” que “rebelarse”. En semejante resolución debieron intervenir tanto el arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas, como el de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. Ora singularmente, ora como producto de un pleito jamás demostrado entre ambos, la jerónima habría resultado “entrampada” por estos personajes, debiendo luego “someterse”. Pero conseguirlo no fue fácil: se necesitó en determinado momento de una conjura. Según Octavio Paz —quien sigue a Dario Puccini—, el obispo de Puebla, envidioso de que el arzobispado de México le fuese “arrebatado” y otorgado a Aguiar, decidió vengarse (los datos históricos dicen otra cosa: fue el propio Manuel Fernández de Santa Cruz quien declinó el nombramiento que lo hacía arzobispo de la principal diócesis de la Nueva España, recayendo éste luego, y sólo luego, en Aguiar). Su “venganza” implicó a Sor Juana, pues por una serie de lazos de “amistad y comunes intereses” que los ligaban de tiempo atrás, ambos habrían decidido enfrentar al ahora arzobispo de México.
La “venganza” consistió en que Sor Juana escribiese la Carta atenagórica criticando a Vieira, pues ésta “escondía” (cosa nunca demostrada) en realidad una crítica a Aguiar. Como además había sido hecha por una mujer (se supone que el arzobispo las “odiaba” —más bien le gustaban tanto que se alejaba de ellas por razones de orden moral: ¡era sacerdote!) ya se puede adivinar dónde estaría la “sutileza” de la “venganza”: una crítica “femenina”, ¡doble humillación! Pero la cosa no acaba aquí, pues una vez logrado lo anterior, el obispo poblano, atemorizado por la “tormenta de críticas”desatada, habría “hipócritamente” abandonado a su amiga. Ahora bien, sabemos con toda certeza lo contrario: no hubo no digamos “tormenta”, pero ni siquiera un chubasco de críticas: Sor Juana menciona en la Respuesta a sus impugnadores, pero éstos, dado su cobarde anonimato, no pudieron ser de ninguna forma personas de importancia.
Cuando la poetisa se refiere al tema de sus impugnadores, habla específicamente de “uno que ha salido ahora”, el cual la acusa de algo que menciono abajo. Sin embargo, el tono del párrafo dónde habla de él muestra, en primera instancia, cómo Sor Juana se hace única responsable del contenido de la Carta atenagórica. En efecto, los verbos están en primera persona, y una atenta lectura impide atribuir complicidad ninguna al obispo poblano. Pongo sólo un ejemplo pero, eso sí, muy claro: “si el crimen está en la Carta Atenagórica —pregunta a ‘Sor Filotea’-Santa Cruz— ¿fue aquélla más que referir mi sentir con todas las venias que debo a nuestra Santa Madre Iglesia?” (el cursivo es mío), donde es innegable que, sobre todo, se lamenta ante quien, si hubiese sido su “cómplice”, resultaría sorprendente que lo hiciera de este modo unipersonal (¿no sería más lógico haberle reprochado: “oiga, usted me embarcó en esta aventura de criticar a Aguiar y, ahora, tengo que sufrir yo sola por una opinión que, aunque mía, es, en realidad, responsabilidad de ambos”?). En segundo término, ¿no es asimismo raro que Sor Juana entere a su supuesto “cómplice” de lo que sería una crítica más, poniendo énfasis en ella, si el obispo (y consiguientemente ella), amedrentado por la “tormenta” no debía a esas alturas sentir lo duro sino lo tupido? La respuesta es por supuesto más sencilla: fueron sólo unos cuantos los enemigos de Sor Juana, todos (o casi todos: no sabemos nada, pues no hay suficiente documentación) de nivel inferior. Las quejas a don Manuel son las de quien se desahoga con un amigo, no las de quien reprocha una “traición” (los verbos, repito, están en primera persona, y no hay la mínima sugerencia de un “nosotros”: “usted y yo”). Ningún enfrentamiento con Aguiar se dio jamás.
En este sentido, ya explicó en p. Méndez Plancarte como a la Carta atenagórica habían de encomiarla “extraordinariamente el Obispo de Yucatán, Castorena y Ursúa, el de Oviedo, Reluz, y el Arzobispo electo de Manila, Muñoz de Castilblanque, así como —entre muchos eclesiásticos— varios Jesuítas: el P. Calleja, su primer biógrafo; el P. Diego de Heredia, rector del Colegio de la Compañía en Madrid; el P. Joaquín Blanco, Examinador Sinodal de Toledo, y tantos otros que, sin la menor salvedad, ponderan en las dos Españas, como lírica y docta, a nuestra Décima Musa”. Asegurando con ello la honestidad y ortodoxia de la misma.
Esto viene a cuento porque uno de los cargos del prácticamente íngrimo y oscuro censor de Sor Juana (y, aunque parezca increíble, también de sus posmodernos exégetas) es el de herejía. Sor Juana, en efecto y según estos últimos, habría contado entre sus “rebeliones” la rebelión contra la fe. Sin olvidar, claro, la fantasiosa “ofensa” que Sor Juana le habría hecho con la publicación de la Atenagórica, Aguiar la acusó, según Elías Trabulse, en ¡“una causa episcopal secreta”! (la cual permanece, como de costumbre, indemostrada) y entre otras cosas, de hereje, pues “por sus escritos y conducta había incurrido en algunas [...] faltas”: “sospecha de herejía [!], ofuscamiento doctrinal [?], desacato a la autoridad y conducta incompatible con su estado monacal [?]”. Todo esto, asómbrense ustedes, debido sólo a sus ¡“actividades profanas”!, es decir, principalmente por su contumacia en... Ser escritora. La conclusión de Trabulse es evidente: ella, ¡pudiéndose defender!, “optó por el silencio”, y el “caso”, claro (no existe prueba ninguna de todo esto), se “mantuvo en secreto”. Sor Juana Inés de la Cruz habríase, así, “sometido”, mas sólo a fuerza de tan terribles procedimientos (cuya realidad no va más allá de las novelescas líneas de este historiador).
Y a todo esto ¿qué tiene que decir la propia Sor Juana? Bastan (y personalmente prefiero creerle) sus propias palabras. Veamos.
En lo tocante a las teorías de Paz (Puccini) ya mencioné cómo la misma poetisa implícitamente se reconoce única responsable del contenido de la Carta atenagórica. Pero no sólo eso, pues contra quien en su momento y siglos después la acusan de hereje, se alza su propia profética, limpísima y valiente voz: el texto —argumenta— lo hizo “con todas las venias que debo a nuestra Santa Madre Iglesia”, es decir, sometiendo a ella su parecer y, lo que es más, “ella con su santísima autoridad no me lo prohíbe”. Nótese: ¡“no me lo prohíbe”!, o sea, el texto es perfectamente ortodoxo. Mas el asunto no termina aquí, pues con el coraje que da la pureza de intención, se atreve a expresar: “si es, como dice el censor, herética, ¿por qué no la delata? Y con eso él quedará vengado y yo contenta, que aprecio, como debo, más el nombre de católica y de obediente hija de mi Santa Madre Iglesia, que todos los aplausos de docta” (el cursivo es mío).
Como se ve, resultaban innecesarias, en caso de haberse buscado, motivos para acallar a Sor Juana ( las “causas episcopales secretas”), pues bastaba con seguir su propio consejo: ir ante la Inquisición y delatar la Carta atenagórica como herética. Sin embargo... ¡nadie lo hizo! La verdad es invencible, y la sencillez tiene las manos puras. Lo que sucedió, y no se quiere admitir, es que Sor Juana —ahí mismo lo dijo— puesta en la disyuntiva, prefirió siempre la vida ética sobre la poética. Para alejar a Sor Juana de los libros no eran necesarias ni conjuras ni “causas episcopales secretas”, bastaba apelar a su sentido de la obediencia; ése que como esposa de Cristo la condujo siempre con tanta suavidad: “una vez —cuenta— lo consiguieron con una prelada muy santa y muy cándida que creyó que el estudio era cosa de Inquisición y me mandó que no estudiase. Yo la obedecí...” No hay nada más que agregar.





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