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Plaza de toros, ATIENZA

Atienza.
Guadalajara.
Situada en la ladera de un empinado cerro, lo que hoy queda de la antaño poderosa villa de Atienza, ofrece importantes testimonios de su pasado.
Ocupado el cerro desde la más remota antigüedad, fue fortificado por los musulmanes, mas no fue hasta los siglos XI-XII, al consolidarse la conquista cristiana, cuando adquirió el castillo su forma definitiva. Su valor estratégico convirtió a la villa en punto esencial para la defensa de la frontera, primero, frente a los musulmanes y, en segundo lugar, frente a la corona de Aragón.
Por otra parte, su situación en un punto de fácil comunicación entre las dos mesetas y entre Castilla y Aragón, propició una de las actividades, junto a la agricultura y ganadería, más extendidas entre sus habitantes, el transporte y la arriería. Y precisamente sus arrieros constituyeron una de la cofradías documentadas más antiguas de Castilla -se conservan sus ordenanzas de finales del siglo XII-, protagonizando un valeroso episodio relacionado con la minoría de edad de Alfonso VIII que hoy todavía se conmemora el Domingo de Pentecostés (La Caballada).
Creció considerablemente a lo largo de la baja Edad Media, estando documentada la existencia de una docena larga de parroquias (muchas de ellas, sin embargo, muy próximas espacialmente entre sí), aunque toda cifra que se aventure sobre su volumen de población es mera especulación sin fundamento. Azotada duramente, sin duda, por la crisis de mediados del siglo XIV, su recuperación se vio truncada un siglo después por un episodio de las denominadas Guerras de los Infantes de Aragón, en el que un puñado de aragoneses -y no navarros, como suele decirse- al servicio del infante don Juan de Aragón (por entonces, rey de Navarra), tomó la fortaleza, provocando la despoblación y destrucción de la villa por las tropas de Juan II de Castilla y don Álvaro de Luna. Un notable privilegio de Enrique IV, eximiendo de diversos impuestos a los atencinos, trataba de potenciar su repoblación.
Ahora bien, la llegada de los Reyes Católicos hacía desaparecer definitivamente el valor estratégico de la villa, quedando reducida a partir de entonces a núcleo de carácter semiurbano con una población que se mantendría en el futuro en torno a los 2.000 habitantes -bastantes menos en el siglo XVII, lógicamente- y cabecera comercial, artesanal y administrativa de una comarca relativamente amplia, papel que no la abandonará hasta el último tercio del siglo XX, con la despoblación generalizada del centro rural de España.
Pese a no vivir directamente episodios bélicos durante la guerra de Sucesión, sí sufrió algunas de sus peores consecuencias: la mortalidad de 1706, emparejada al paso de los ejércitos y a la, por lo demás, anecdótica presencia de Felipe V, fue la más importante de toda la Edad Moderna. Recuperó su población a lo largo del siglo XVIII para de nuevo sufrir las consecuencias de la guerra de la Independencia, cuando una parte de su caserío fue incendiado por tropas francesas.
Junto al castillo, sus soberbios restos de murallas -con el espléndido arco gótico de San Juan-, cinco iglesias románicas y otras dos renacentistas-barrocas, un reducido, pero significativo puñado de edificios góticos y un armónico conjunto urbano en el que plazas y calles, con diversas casas blasonadas, se articulan y entrelazan con serena belleza siguiendo o desafiando las curvas de nivel, constituyen uno de los más hermosos y evocadores complejos arquitectónicos que pueden hoy contemplarse en Castilla. Es el mudo, pero elocuente recuerdo de un pasado que parece permanecer inmóvil en el caserío de Atienza.

Por Atienza pasan famosos Caminos como el del Cid, la Ruta del Quijote o el Camino de Santiago, concretamente el que viene del Levante, conocido como Ruta de la Lana.
Debido a sus bellos complejos arquitectónicos, Atienza ha sido lugar de rodajes de famosas películas y series de televisión.