Habíamos salido de casa, desde Las Anclas en Pareja, a media mañana con la intención de visitar Alique, Casasana y Escamilla.
Después de visitar Alique, donde nos entretuvimos más de lo esperado, como suele sucedernos en la mayoría de los pueblos que visitamos, y como nos ocurrió en Casasana, pues es debido al encanto de estos pueblos alcarreños y al de sus maravillosas y amigables gentes, además de acogedoras; como decía, después de Alique llegamos a Casasana.
El pueblo lo veíamos a lo lejos cada vez que íbamos a Pareja o a Sacedón desde Las Anclas, por la carretera N-204. Al salir de una curva, próximos al dique, lo veíamos de frente, allá en la ladera, donde se nos presentaba como una mancha clara entre el verdor de la flora.
Nos decíamos una y otra vez que teníamos que visitarlo y un día, en casa, nos preparamos una ruta sobre el mapa.
Subíamos desde Pareja, la cual quedó a nuestra izquierda al pasar de largo, pues ya lo teníamos bien visitado, y según íbamos subiendo por la carretera nos maravillábamos con el espectacular paisaje.
El dique y el pueblo de Pareja, así como el pantano de Entrepeñas, junto con las depresiones del terreno y sus álamos; los montes con sus pinos y olivos y el azul del cielo en contraste con todo esto y las blancas nubes, se nos presentaban espectaculares, por lo que hicimos varias paradas al borde de la carretera para tomar fotos de tamaña maravilla de la Naturaleza.
Al llegar al pueblo seguimos en la misma onda, alucinados, o encantados, de tanta belleza paisajística: arquitectónica y rural.
Antes de entrar en el pueblo divisamos la torre con el campanario y los tejados de la iglesia y nos dirigimos hacia ella para tomarla unas cuantas fotos, al igual que a la pequeña plaza adyacente y un antiguo muro de piedras.
Estuvimos callejeando tomando instantáneas de las fachadas, calles, plazas, placas y fuentes, donde junto a una, en una plaza y sentadas en un bajo muro en pendiente, había unas vecinas jugando a las cartas. No podía faltar la placa conmemorativa del paso de don Camilo por el lugar, allá por el año 1946, cuatro años antes de que yo viniese al mundo y sesenta y cuatro antes de que lo hiciese a este pueblo.
Seguimos callejeando y tomando fotos de patios; un huertecillo con pimientos verdes y un granado con las granadas del mismo color, en una calle con una cuesta soberbia; un paredón de piedra, resto de una antigua construcción; y desde allí, junto al muro, un cielo espectacular con nubes evocadoras.
Bajamos hacia el lavadero público, ya en desuso de tal cometido, pues nos habían hablado de él al preguntar a algún vecino sobre cosas de ver en el pueblo y si eran antiguas, o viejas, mejor que mejor para deleitarnos con el pasado.
Junto a unas higueras, sentadas en una valla, o bajo muro de piedras, había unas cuantas vecinas del pueblo, a las que saludamos y nos correspondieron amigablemente. Bajamos hasta el lavadero y cogimos unos cuantos higos maduros de unas higueras próximas, donde un hombre hacía lo propio. Comimos unos cuantos higos morados y verdes, bien maduritos, dulces y deliciosos y tomamos unas cuantas fotos del lavadero, la fuente que hay junto a él y a unas calabazas, o pepinos, que no sé seguro lo que eran, que había en un huerto cercano.
Al subir volvimos a hablar con las simpáticas vecinas y nos dijeron que habíamos comido higos de las higueras propiedad de una de estas señoras. Nos hablaron del Monasterio de Monsalud, indicándonos el camino y dudamos de ir a verlo o no, ya que, como dije antes, se nos hizo tarde y no fuimos ni a Escamilla, decidiendo visitar ambos en otra ocasión. A Escamilla fuimos el día de Navidad, con un frío que pelaba en los altos del pueblo, y a Monsalud hemos ido hace poco, casi al año de haber hecho la intención de ir.
Prometí que volvería a Casasana y volveré. El pueblo es muy bonito, pintoresco –ya le dibujaré también- y acogedor, como sus gentes. Al menos con las que hablamos, y un dicho dice que: para muestra, baste un botón.
Después de visitar Alique, donde nos entretuvimos más de lo esperado, como suele sucedernos en la mayoría de los pueblos que visitamos, y como nos ocurrió en Casasana, pues es debido al encanto de estos pueblos alcarreños y al de sus maravillosas y amigables gentes, además de acogedoras; como decía, después de Alique llegamos a Casasana.
El pueblo lo veíamos a lo lejos cada vez que íbamos a Pareja o a Sacedón desde Las Anclas, por la carretera N-204. Al salir de una curva, próximos al dique, lo veíamos de frente, allá en la ladera, donde se nos presentaba como una mancha clara entre el verdor de la flora.
Nos decíamos una y otra vez que teníamos que visitarlo y un día, en casa, nos preparamos una ruta sobre el mapa.
Subíamos desde Pareja, la cual quedó a nuestra izquierda al pasar de largo, pues ya lo teníamos bien visitado, y según íbamos subiendo por la carretera nos maravillábamos con el espectacular paisaje.
El dique y el pueblo de Pareja, así como el pantano de Entrepeñas, junto con las depresiones del terreno y sus álamos; los montes con sus pinos y olivos y el azul del cielo en contraste con todo esto y las blancas nubes, se nos presentaban espectaculares, por lo que hicimos varias paradas al borde de la carretera para tomar fotos de tamaña maravilla de la Naturaleza.
Al llegar al pueblo seguimos en la misma onda, alucinados, o encantados, de tanta belleza paisajística: arquitectónica y rural.
Antes de entrar en el pueblo divisamos la torre con el campanario y los tejados de la iglesia y nos dirigimos hacia ella para tomarla unas cuantas fotos, al igual que a la pequeña plaza adyacente y un antiguo muro de piedras.
Estuvimos callejeando tomando instantáneas de las fachadas, calles, plazas, placas y fuentes, donde junto a una, en una plaza y sentadas en un bajo muro en pendiente, había unas vecinas jugando a las cartas. No podía faltar la placa conmemorativa del paso de don Camilo por el lugar, allá por el año 1946, cuatro años antes de que yo viniese al mundo y sesenta y cuatro antes de que lo hiciese a este pueblo.
Seguimos callejeando y tomando fotos de patios; un huertecillo con pimientos verdes y un granado con las granadas del mismo color, en una calle con una cuesta soberbia; un paredón de piedra, resto de una antigua construcción; y desde allí, junto al muro, un cielo espectacular con nubes evocadoras.
Bajamos hacia el lavadero público, ya en desuso de tal cometido, pues nos habían hablado de él al preguntar a algún vecino sobre cosas de ver en el pueblo y si eran antiguas, o viejas, mejor que mejor para deleitarnos con el pasado.
Junto a unas higueras, sentadas en una valla, o bajo muro de piedras, había unas cuantas vecinas del pueblo, a las que saludamos y nos correspondieron amigablemente. Bajamos hasta el lavadero y cogimos unos cuantos higos maduros de unas higueras próximas, donde un hombre hacía lo propio. Comimos unos cuantos higos morados y verdes, bien maduritos, dulces y deliciosos y tomamos unas cuantas fotos del lavadero, la fuente que hay junto a él y a unas calabazas, o pepinos, que no sé seguro lo que eran, que había en un huerto cercano.
Al subir volvimos a hablar con las simpáticas vecinas y nos dijeron que habíamos comido higos de las higueras propiedad de una de estas señoras. Nos hablaron del Monasterio de Monsalud, indicándonos el camino y dudamos de ir a verlo o no, ya que, como dije antes, se nos hizo tarde y no fuimos ni a Escamilla, decidiendo visitar ambos en otra ocasión. A Escamilla fuimos el día de Navidad, con un frío que pelaba en los altos del pueblo, y a Monsalud hemos ido hace poco, casi al año de haber hecho la intención de ir.
Prometí que volvería a Casasana y volveré. El pueblo es muy bonito, pintoresco –ya le dibujaré también- y acogedor, como sus gentes. Al menos con las que hablamos, y un dicho dice que: para muestra, baste un botón.