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CIRUELOS DEL PINAR: Lo bien aprendido nunca se olvida. Ahora que lo pienso...

Lo bien aprendido nunca se olvida. Ahora que lo pienso yo era muy pequeña y aún así nunca olvidaré aquellas entrañables lecciones de fe, de vida y de historia.
El martes, quizás todavía habíamos acudido a la escuela porque entonces no recuerdo que hubiese tantas vacaciones como ahora. Nosotros éramos niños y niñas de padres resineros o de agricultores del pueblo.
En los recreos teníamos una especial cita. Recuerdo los polvos de “colacao” con leche, también en polvo, y azúcar. Era todo un ritual mezclar todo y esperar a que nos sirviesen en nuestro vaso de plástico agua caliente y que nosotros mezclábamos con la cucharilla que llevábamos de casa. ¡Qué rico estaba! A mi me sabía a gloria bendita y eso que la leche que tenía en casa era de cabra. ¡Qué le vamos a hacer si el tomarla todos juntos en el patio nos unía más todavía de lo que ya estábamos de por sí los niños de Ciruelos del Pinar aunque fuésemos cada uno y cada una de pueblos cercanos. Nos sentíamos una piña y en especial las niñas.
El miércoles quizás ya hubiésemos tenido vacaciones o días libres. Y el jueves era día de misa y ritual. El sacerdote, Don Pedro, emulaba a Jesús y lavaba los pies a los muchachos que a su vez hacían el papel de los doce apóstoles. Era tan real que parecía que era el mismo Jesús y sus propios discípulos. "Uno de vosotros me ha de entregar", concluía, la ceremonia. Y sabíamos que iba a ser así porque cada Jueves Santo se cumplía la profecía y el Mesías Salvador era entregado a Pilatos. Éste, a su vez, se lavaba las manos.
Pero pasaban los días de luto y por fin llegaba el sábado de gloria. Los niños y niñas esperábamos impacientes jugando a que por fin tocasen las campanas a sábado de gloria. Y era genial porque la alegría volvía a reinar sobre la tristeza y la luz sobre las tinieblas.
“ Uno de vosotros me ha de entregar”. Y ese era el Judas, el traidor.
Así que por la noche, los chicos, que eso era cosa de chicos por aquel entonces, pasaban la noche construyendo un muñeco que vestían con ropas viejas y rellenaban de paja. Ellos se lo pasaban muy bien y nosotras esperábamos con devoción que la tradición, un año más se cumpliese, para bien de todos.
Así, ya llegábamos a la Pascua de Resurección, y solíamos estrenar algo siempre, un vestido, unos calcetines, unos zapatos o una chaqueta. Un símbolo que decían daba buena suerte. Y después de misa con un sol de justicia Judas ardía irremediablemente a la vista de todos y todas presentes en la celebración.
Hay, por lo que sé, pueblos en Burgos que también tienen esa tradición aunque se realice de forma diferente. En Trespaderne, por ejemplo, la celebración es similar. También se celebra el Judas en Villadiego pero con diferentes matices y la fiesta es mucho más elaborada y de más sensación.