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ESCAMILLA: Pero hay otras leyendas más románticas en los pueblos...

Pero hay otras leyendas más románticas en los pueblos que jalonan el Tajo. Por ejemplo, la de Arbeteta y Escamilla, en la meseta que separa las cuencas del Tajo y el Guadiela. Corría el año 1740. El del hijo del sacristán de Arbeteta y la hija del hombre más rico de Escamilla era un amor imposible. Tan imposible como el de Romeo y Julieta. Dos veletas recordaban la trágica historia. Una en forma de granadero del siglo XVIII con casaca, calzón y tricornio, que correspondía al llamado Mambrú de Arbeteta. La otra, con forma y vestidos de mujer, es conocida como “La Giralda de Escamilla”. Las dos veletas eran de madera recubierta de latón, situadas en lo más alto de sus iglesias, sobre las que ondeaba un pañuelo en señal de saludo. Las dos fueron convertidas en cenizas por el efecto de un rayo.
“Había en Escamilla -cuenta Layna Serrano- una moza guapa y hermosa como la albahaca. Era hija de un labrador rico e influyente de la aldea. De ella se enamoró el hijo del pobre sacristán de Arbeteta. Se decía de él que era tan honrado y trabajador como buen mozo. Entre ambos nació un sincero noviazgo que empezó a ser conocido por los habitantes de los dos pueblos ribereños del Tajo. Cuando éste llegó a oídos del padre de la zagala, y creyendo que el hijo del sacristán buscaba más la dote que los amores, cortó por lo sano y encerró a la muchacha a cal y canto impidiendo de esa manera las relaciones.
El “animoso alcarreño” decidió ir a la guerra, como Mambrú (el conde ingles Malborough, antepasado de Churchill), para ganar el corazón del padre de su amada. Obtendría de esa manera laureles y galones. En efecto, volvió del campo de batalla de la Saboya con su rutilante uniforme de Granadero de la Guardia con galones de sargento. Nada más llegar al pueblo se fue a ver al rico hacendado para solicitarle la mano de su hija. El viejo se mostró impasible. Era poca cosa. “Apesadumbrado, nuestro bravo soldado regresaba a su humilde casa, no sin antes hacer partícipe a una amiga de su Julieta de una confidencia: todos los días subiría a la torre de Arbeteta a tocar el ángelus vestido de militar y haciendo tremolar una bandera al viento. Y así lo hizo durante meses. Los vecinos le miraban extrañados, ignorantes de que la misma escena se repetía a la misma hora a veinte kilómetros de distancia. En la torre de Escamilla la hija del rico labrador ondeaba al viento otra banderola mirando siempre hacia el mismo punto del horizonte. Los amados podían al fin comunicarse con el cielo por testigo”.
Pasado el tiempo nuestro Mambrú partió de nuevo a la guerra. Su propósito era ahora alcanzar el grado de capitán. De nuevo se comportó como un héroe. Meses más tarde llegaba a Arbeteta la noticia de la muerte de un joven capitán de granaderos hijo del pueblo. “A los pocos días la moza más hermosa y rica de Escamilla moría entre los desconsolados brazos de su padre”. Se sabe que para perpetuar el recuerdo de los desventurados, el vecindario de Escamilla hizo coronar su hermosa torre con una veleta representado a una mujer. Lo mismo hicieron en 1787 los vecinos de Arbeteta con la efigie de un soldado de granaderos. Hay quien asegura para estropear tan mágica leyenda que la efigie de la Giralda de Escamilla corresponde al Arcángel San Gabriel.