Fue uno de los centros neurálgicos del
comercio de sal, creando un eje comercial y de riqueza que perduró hasta prácticamente su cierre en la década de los noventa del siglo XX.
Fueron concebidas como salinas de interior utilizando manantiales de
agua salada que se obtienen al atravesar el agua los depósitos subterráneos de sal.
Construidas en torno al año X, son las más antiguas de la Península y las de mayor tamaño. Desde su construcción los monarcas las utilizaron como medio de explotación para vender la sal obtenida a los nobles y el clero. Pero fue Alfonso VI quien finalmente concedió la explotación de las salinas al arzobispado de Sigüenza, quien se encargó de la extracción y el reparto y comercialización de la sal desde entonces.
La importancia de estas salinas llevó a Carlos III, en el siglo XVIII, a ordenar su ampliación, construyendo nuevas
norias, grandes almacenes, artesas y renovar el sistema de
canales que aún se mantienen a pesar del estado de abandono.