LA AFRENTA DE CORPES:
Éste episodio, uno de los más conocidos del Poema del Cid, ocupa, en realidad, la tercera y última parte bajo el nombre genérico de Cantar de la Afrenta de Corpes. Casadas las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, con los Infantes de Carrión, don Diego y don Fernando, el episodio comienza cuando en la corte valenciana del Cid se escapa un
león, y los Infantes dan prueba de su cobardía escondiéndose. El Cid reduce a la fiera y la pone a buen recaudo, mientras los Infantes se convierten en el centro de las burlas de la corte. Poco después el Cid se enfrenta al
ejército del rey Búcar, llegado de
Marruecos, y de nuevo los Infantes dan muestra de su cobardía, por lo que deciden regresar a sus señoríos de Carrión, cerca de
Burgos, y que les acompañen sus esposas.
Mientras, traman venganza. Pero el Cid, que se fía poco de sus yernos, envía con el cortejo a su sobrino Félix Muñoz. Durante el viaje, en el llamado
Robledo de Corpes, los Infantes ordenan a todo el séquito que se adelante, quedándose a solas con sus esposas a las que desnudan, atan a un
árbol y azotan hasta dejarlas por muertas. Pero inquieto, Félix Muñoz se separa del séquito, se esconde y ve pasar sólos a los Infantes, por lo que regresa y encuentra a sus primas medio muertas. Las reanima, las monta en su
caballo, y antes de que caiga la
noche consigue ponerlas a salvo conduciéndolas hasta la localidad de
San Esteban de Gormaz, donde se las acoge y se curan sus heridas.
EL CANTAR DEL MIO CID
De este modo lo mandaron los Infantes de Carrión:
que atrás ninguno quedase, fuese mujer o varón,
a no ser sus dos esposas, doña Elvira y doña Sol,
que querían recrearse con ellas a su sabor.
Todos los demás se han ido, los cuatro solos ¡por Dios!
¡Cuánto mal que imaginaron los Infantes de Carrión!
- Tenedlo así por muy cierto, doña Elvira y doña Sol.
Aquí os escarneceremos en este fiero
rincón,
y nosotros nos iremos; dejadas seréis las dos.
Ninguna parte tendréis de las tierras de Carrión.
Estas noticias irán a ese Cid Campeador.
Ahora nos vengaremos por la afrenta del león.
Allí las pieles y
mantos quitáronles a las dos;
sólo camisas de seda sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión;
en sus manos cogen cinchas, muy fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las dueñas, les hablaba doña Sol:
- ¡Ay don Diego y don Fernando! esto os rogamos, por Dios:
ya que tenéis dos espadas, que tan cortadoras son,
(a una la dice Colada y a la otra llaman Tizón),
nuestras cabezas cortad; dadnos martirio a las dos.
Los moros y los cristianos juntos dirán a una voz
que por lo que merecemos, no lo recibimos, no,
Estos tan infames tratos, no nos los deis a las dos.
Si aquí somos maltratadas, la vileza es para vos.
Bien en juicio o en Cortes responderéis de esta acción.
Lo que pedían las dueñas, de nada allí les sirvió.
Comienza a golpearlas los Infantes de Carrión.
con las cinchas corredizas las azotan con rigor;
con las espuelas agudas les causan un gran dolor;
les rasgaron las camisas y las carnes a las dos;
allí las telas de seda limpia sangre las manchó;
bien que lo sentían ellas en su mismo corazón.
¡Qué ventura sería ésta, si así lo quisiera Dios,
que apareciese allí entonces nuestro Cid Campeador!
¡Tanto allí las azotaron! Sin fuerzas quedan las dos
Sangre mancha las camisas y los mantos de primor.
Cansados están de herirlas los Infantes de Carrión.
Prueban una y otra vez quién las azota mejor.
Ya no podían ni hablar doña Elvira y doña Sol.
En el robledo de Corpes por muertas quedan las dos.