¿tienes una pastelerĂ­a?

VILLEL DE MESA: VILLEL DE MESA...

VILLEL DE MESA

Valoremos la figura del padre

En las familias de nuestros tiempos se ha arrinconado la figura paterna, desplazándolola a la periferia de estructura familiar (padre periférico) o dejándola sin atributos, sin voz ni voto, como un don, es decir, puro adorno (padre florero).

Razones para reivindicar la presencia del padre en la constelación familiar las hay a puñados. Voy a referirme a tradicionales, y a otras que son más recientes y estadísticamente tienen una soólida base científica. Vayamos por las primeras.

Es bien sábido que si el padre no está presente durante los primeros años de la vida del niño o bien es un progenitor débil y dependiente, surgirá sin remedio la madre dominante, que tratará de compensar este desequilibrio de autoridad.

También se sabe que, independientemente del sexo del hijo, el deseo amoroso se dirige siempre a la madre durante los primeros años del desarrollo (pongamos los tres primeros). Pero la presencia inmediata del padre se considera fundamental y decisiba para que el bebé pueda percibirla. Actualmente se cree, en este caso, discrepando de la interpretación psicoanalítica del complejo de Edipo, que el padre no tiene por qué adoptar una posición del rival ni de objeto amoroso del niño. Su lugar de control y de veto es más distante, y desde él puede ejercer su función protectora.

La presencia del padre impide que surja una unión simbiótica, frustante y aniquiladora entre madre e hijo, lo que podría motivar la aparición de psicosis en el niño.

Las dos tareas fundamentales del padre, que, obviamente sólo puede realizar si está presente, son abrir al niño al mundo que lo rodea, y abrirse el niño, sobre todo si el hijo es varón, como modelo de identificación, proceso que culmine al finalizr la adolescencia.

(Dr. Paulino Castells, Tenenmos que educar)