OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

VILLEL DE MESA: VILLEL DE MESA...

VILLEL DE MESA

ESPERANDO LA PRIMAVERA EN EL VALLE DEL MESA

Más que vivir de manera continua, los pueblos del Valle del Mesa resultan inmejorables para unas prolongadas vacaciones de verano. Estos pueblos contienen todo lo que el cuerpo y espiritu puedan desear para el descanso: una naturaleza alegre, los rumores de un río, paisajes irrepetibles y tranquilos, y una vega que los hortelanos de la comarca cuidan con singular maestría. El invierno, en cambio, debe de resultar demasiado tranquilo, el favor de la climatología estival se descompensa, las huertas se entristecen, y el silencio y la soledad se convierten en su nota predominante. Es el sino común de gran parte de nuestros pueblos; aunque, eso sí, en todo el Valle se conserva, también en invierno, el encanto de lo original.

Pienso que a partir de estas fechas son muchos los caminos que se abren para viajar, para alejarse en la distancia con el noble deseo de descubrir cosas nuevas, que si, además, las buscamos en la propia tierra, mucho mejor.

La zona norte del Señorío de Molina es quizá una de las que más se echan en falta cuando hace tiempo que uno no anda por allí. Se puede ir, bien desde la propia Molina por Rueda de la Sierra, Torrubia y Labros; o bien desde Anquela del Ducado por Turmiel, Anchuela y Labros. Este último itinerario acorta mucho las distancias, aunque la carretera es bastante más deficiente. Labros, por cualquiera de ambas rutas, y Amayas después, son la puerta de entrada al Valle del Mesa.

Pocos rincones de nuestra geografía provincial se muestran tan apacibles, pensando en unas cuantas horas de expansión, o de antítodo contra el estrés las demás presiones del siglo, como aquellas vegas de los rayanos donde por riguroso orden, siguiendo muy a la par las aguas del río, se alinean tres pueblos, tres, que aportan al paisaje, dentro de su variedad singularísima, todos los requisitos de un imaginario paraíso.

Uno, que ha tenido a bien peregrinar sin pausa por todas las villas y pueblos de Guadalajara en su dilatado conjunto, añora la calma y la esplendidez, el sosiego y la magnificencia de los campos de Mochales, de Villel y de Algar de Mesa. Hace unos días el viajero impenitente se tiró de nuevas al camino y se plantó, allá al caer la mañana, en busca de la novedad que en los ambientes a la lejania. No olvidemos que estos pueblos, aunque no los más apartados, si que entran en esa media docena de lugares más lejanos de la capital.

Mochales
El pueblo se ve como acurrucado a la solana de un cerro que le sirve de guardián y de parapeto contra los vientos del norte y del poniente. Mochales, aparte de su primaveral estampa, de sus magníficos chalés en las afueras, de sus casonas antiguas con tinte señoral a las que sus dueños gustan tener de continuo en riguroso estado de revista, sigue contando para el visitante en cada viaje con tres nombres a cerca de los cuales la buena gente del lugar habla y hablará -si es que los que tenemos del deber de dejarlo como testimonio en documento escrito, cumplimos con nuestra obligación- mientras que el pueblo exista, cada uno por diferentes motivos. Mochales expone a los saberes el nombre de su alcalde Antonio Alba, el de la mártir carmelita Beata Teresa del Niño Jesús, y el del médico Tararí cuya vida fue todo un misterio, un enigma del que se cuentan cosas admirables, pero del que muy poco o casi nada se sabe.

La Plaza Mayor de Mochales vio perder para siempre su olmo centenario. En su lugar crece un árbol joven de especie distinta, tierno y solitario, al que la plaza arrula con maternal esperanza. En la Plaza Mayor que lleva su nombre, uno se siente estremecer recordando la gesta heroica del alcalde Antonio Alba, aquel que murió ahorcado por los soldados franceses (siempre los franceses, como enemigo natural) en mitad de una calle de su propio pueblo, acusado de acudir en auxilio de las tropas españolas de la Junta de Defensa en plena guerra de la Independencia.

La hermana Teresa del Niño Jesús es una de las tres Mártires Carmelitas de Guadalajara. Nació en Mochales en el mes de marzo de 1909, y murió en la capital de provincia el 24 de julio de 1936, víctima de su fidelidad a la fe y del odio de aquellos que asesinando inocentes pensaban solucionar los graves problemas de España. Ahora es venerada en el lugar donde nació y en el que fue niña, después de su beatificación canónica en 1987 junto a las otras dos religiosas compañeras de martirio.

A don Eugenio Díaz Torreblanca nadie en el pueblo lo reconocería por su propio nombre, sino por el apelativo de Tararí. Una vida oscura, relacionada al parecer con la Alemania de Hitler en la que vivió, y que vino a dar con sus huesos como profesional de la Medicina a este pueblo lugar del Valle del Mesa. Vivió en una
cueva que hay a media altura del cerro que resguarda al pueblo, donde dicen que le protegía una enorme serpiente. Recuerdan en Mochales cómo cuando nuestro hombre tanía el aviso de algún enfermo al que atender, se comunicaba con el alguacil a toque de trompeta. Buen profesional, fue a morir, anciano y solo, al pueblo de Argecilla, en plena Alcarria del Badiel, donde está enterrado y donde existe una placa en su memoria que lo recuerda en la Plaza Mayor. Una historia real que bien podría tener su espacio en la novela.

Villel de Mesa
Aguas abajo el camino continúa hasta Villel. Las fértiles vegas que hay junto al río las aprovechan los agricultores para el cultivo del cereal, las hortalizas y los árboles frutales. Las choperas y algunos sauces suelen ser a largo del río los compañeros de viaje de la corriente. A trechos, las nogueras clavan su raíz en los ribazos que hay por debajo de los riscos entre los que se encaja el valle. El pueblo de Villel se distingue al instante por ls ruinas enhiestas del castillo de los Fúnez, aquel que destrozó el rayo en la plaza del pueblo del día de la fiestas mayor de San Bartolomé.

Villel de Mesa es un pueblo historiado, de antigua y noble estampa, un pueblo de remotas hidalguías presentes aún en las piedras de sus palacetes dieciochescos, como el de los Semper Ribas, o el de los señores Marqueses de Villel, justo al pie del tremendo peñón que sostiene las ruinas del castillo.

Confortable y bella en extremo es la plaza de esta villa. Al lado de la fuente se alza bajo los sauces, el busto en mármol del profesor don Pedro Gómez Fernández, que el pueblo le dedicó en su día como permanente trestimonio de gratitud. Sobre lo más alto, como término en el mirar de unas cuantas calle estrechas, se distingue el airoso campanario de la iglesia de la Asunción, que adornan y engalan dos o tres ventanales gótico-renacentistas y un reloj de esfera blanca. Villel lo fue y sigue siendo el corazón latente de todo el Valle del Mesa. Desde la plaza del pueblo el camino se hace más vivo siguiendo las aguas del río hasta el vecino Algar, el último pueblo de Guadalajara por estas latitudes antes de entrar en tierras de Zaragoza. Por el camino, ya en los aledaños de Algar, mandan los tremendos roquedales, calados por vuevas profundas que la Naturaleza ha ido excavando a fuerza de tesón y de paciencia sobre las caras de las peñas. Algar, en su concecpción árabe, significa cueva.

Algar de Mesa
Se pueden ver algunos campesinos trabajando con buen oficio los pequeños tablares de los huertos. Por todo Algar resuena el continuo rumor de las chorreras que a tal altura caracterizan y embellecen el paso del río. Cuando les está permitido, y con fuerzas suficientes para ello, los hombres bajan a pescar truchas a la chorrera.

Algar de Mesa es un pueblo en cuesta, de extraño asentamiento sobre la margen izquierda del río. Un pueblo escalonado, bellisimo, al que las autoridades y los vecinos han ido convirtiendo en un anténtico vergel, en un ejemplo a imitar de limpieza y de comodidad, siempre en inteligente consonancia con el paisaje.

Para conocer mejor el rosario de pueblos que asientan en el Valle, es preciso viajar ex-proceso hasta él vale la pena. Las buenas gentes que todavía quedan en cualquiera de ellos son amables y acogedoras, guardan relación con la vida y costumbres de sus vecinos zaragozanos y se expresan en un acento aragonés.

Aquel simpático valle del noreste aporta al conjunto de las tierras de Guadalajara el encanto de su variedad y de sus contrastres violentos. A la extrema placidez de la vega se oponen los volúmenes en corte de las rocas; al islamiento natural de sus situación geográfica entre dos reinos, compensa con gracia la hermosura de su paisaje, árido y al mismo tiempo saludable, abierto y provocador.

En el diario de Nueva Alcarria, por José Serrano Belinchón, 9-03-2012
páginas 38-39 Pueblo a Pueblo)