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VILLEL DE MESA

EL ORIGEN ECONÓMICO DE LAS FERIAS DE GUADALAJARA: DE LOS ÁRABES A LA ACTUALIDAD. (Antonio Herrera Casado, Nueva Alcarria 09/09 2013 pg. 13)

De esta ciudad de Guadalajara, que es vieja a fuerza de lágrimas y fiestas, se saben muchas cosas. Tantas que contarlas por menor llevaría largos años. Empezó la cosa en una reunión de antiguas gentes, íberos, hechos de la guerra y a la labranza en las márgenes del río Henares. Luego, según los tiempos vinieron marcados por el imperio romano, la ciudad fue custodiada por soldado, pretores y esas cosas, De visigodos, ni se sabe. Y de los árabes, si. Aquí pusieron los mahometanos, a partir del año 711 en que hicieron suya esta altura, una ciudad fuerte y numerosa en habitantes, base principal de los desplazamientos hacia el norte siguiendo el ancho valle del Henares.

En 1085, Alvar Fáñez conquista, en fácil tarea, el amurallado burgo, y este queda como cabeza de común, bastión de las libertades popùlares castellanas, en el reino de Castilla engarzado. Durante largos siglos, el poder de la ciudad pertenecerá al Concejo. Guadalajara es villa independiente, cabeza de un vasto territorio, y en ocasiones, breves, es dada en señorío o algún príncipe, a alguna infanta, etc. Pero son episodios cortos, que no rompen la tradición de autogobierno.

Corte de mecenas y de poetas, bajo el mecenazgo de los Mendoza, Guadalajara llegó a tener el calificativo de "la Atenas alcarreña" en el siglo XVI. Después, la despoblación fue haciendo presa en ella. Cruce de caminos, apetencia estratégica en las guerras, por sus callejas han sonado más tiros de los necesarios, y tanto ruido estuvo a punto de dar al traste con su vida. Ahora rebulle, y más en estos días de Fiesta Mayor, y todos los que en ella llevamos viviendo largos años esperamos -de verdad, con ilusión- que vaya a más, y llegue a ser ciudad auténtica, de cara al futuro.

Si el motor de la vida de las gentes y de sus ciuidad han sido siempre el motivo económico, esta misma razón encontramos también en el origen de las fiestas. Conretamente en las de Guadalajara. En la época larga de ocupación árabe las transaciones comerciales de sus habitantes y los de comarcas aldeas se celebraban en el interior de la ciudad amurallada. Eran épocas de guerra y alteración constante, y era más seguro hacer el comercio en las estrechas calles del centro, en el zoco que se formaba por callejuelas cuyo centro estaba en la actual vía de Bardales, ancha para las costumbres de los árabes. Después de la reconquista, y dado el carácter de Guadalajara como cabeza de Comunidad, una de sus más caracterizadas funciones era la de servir de sede a un mercado semanal y a una feria anual de gran categoría. El mercado se celebraba en la gram explanada que se abría ante la Puerta de Levante, delante de la actual iglesia de San Ginés. Todos los martes del año, allá se daban cita aldeanos del campo (con hortalizas de la campiña) y gentes de la alcarria (con cereal, frutos y artesania).

La feria grande se tenía señalada para San Lucas, alrededor del 18 de Octubre, que fue la fecha concedida por el monarca castellano Alfonso VIII como privilegio de celebrar anualmente feria con exenciones importantes de impuestos a los comerciantes. Estas concesiones suponían un gran favor y ayuda al burgo, pues estimulaba el asiento en él de comerciantes y artesanos, y favorecía el aflujo de muchas gentes de la comarca y aun de todo el reino.

La feria otoñal de Guadalajara fue siempre una de las sonadas de Castilla en el aspecto ganadero, especialmente en su parcela de ganado de trabajo (mulas, etc.) Esta costumbre, cada vez más preferida en los tiempos modernos por el bullicio de la fiesta popular sin más se mantuvo hasta hace no muchos años. Tradicionalmente la feria se celebró al otro lado del barranco de San Antonio, frente al torreón de Alvarfáñez que también llamaban "puerta de Fria". Después, el ferial ganadero se puso en las lomas que bordean por mediodía a la ciudad, y aun algunos recordamos estas reuniones de ganaderos, traficantes, muleteros y maranchoneros, más algún de otro gitano, extendiéndose con su ganado por las entonces verdes costillas que se alzaban al final de la Llanilla, donde habitualmente quedaban todo el año cercados de madera, fuentes y abrevaderos. Hoy se levantan en aquellos lugares torres de once plantas, apretujadas al máximo, sin memoria de los timpos idos.

Estas ferias tradicionales de San Lucas fueron traspasadas hace ahora 50 años (en 1963), a la última semana de septiembre, pués en la fecha habitual solía llover y refrescaba bastantes, lo cual deslucía con hasta frecuencia las corridas de toros y cualquier otra actividad festiva.

Se trasladó a unas fechas de también guardaban bastante tradición en la ciudad: al veranillo de San Miguel, pués este día (el 29 de septiembre) era habitualmente el inicio del año "administrativo" en multitud de asuntos comunicatarios (contratos, mandatos de autoridades, elección de alcaldes y ediles, etc.) y de siempre se había hecho en esa jornada las vistosa "cablagada" o "parada" de los calleros arriacenses, muy numerosos en los silos XV y XVI, que salían lujosamente atavidados y acompañados de toda su casa, pajes, escudos, etc., haciendo inluso juegos caballerescos, justas, cintas y cosas así en lo alto de la cuesta del Amparo, que era límite del arrabal de Santa Ana. Así pues, las fiestas actuales de septiembre mantienen una clara herencia festiva de siglos pasados, aunque ahora con modos y costumbres nuevas (correr el toro, actos musicales) que deberían convivir un poco con estas tradiones tan antiguas de la "parada caballeresca" que llevaba a los tiempos actuales, podría ser un plato fuerte y muy divertido.