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VILLEL DE MESA: VILLEL DE MESA...

VILLEL DE MESA

EL CURA RURAL SE MERECE UN MONUMENTO

In memoriam Enrique Herranz Martínez, el cura del Valle del Mesa, uno -ojalá que no- de los últimos curas rurales.

Por favor, amigos lectores, leed este artículo hasta el final... No es por mí, sino por la historia y su interpretación. Gracias.

Hace ahora treinta y un años que quien esto suscribe, recién ordenado sacerdote, fue destinado a las parroquias de Taravilla, Baños de Tajo, Poveda de la Sierra y Tierzo. Enclavadas en el corazón, maravilloso y fascinantemente bello del Alto Tajo, pertenecían y pertenecen al arciprestazgo -entonces también vicaría episcopal territorial- de Molina de Aragón.

Allí conocí a un sacerdote singular, pintoresco, simpatico y original, que daba catequesis en los ribazos junto al río y que entonces tenia menos años que los que yo tengo ahora... Su nombre era -lamentablemente hemos de decir ya "era"... Enrique Herranz Martínez. Este colega y hermano mayor, entre otros de sus dichos, con frecuencia repetía que había que hacer un monumento al cura rural.

Primavera en el barranco de la Hoz
En junio de 1984, otro emblematico, humilde, sencillo, bondadoso, venerable cural rural, don Antonio Olmos Floría, tras más de medio siglo como párroco en distintos pueblos molineses y cincuenta años clavados en el Valle del Gallo de Corduente y anejos, llegada la edad canónica, se jubiló. Los curas del arciprestazgo y vicaría le tributamos un fraternal homenaje en otro hermosísimo lugar: el barranco de la Virgen de la Hoz. Y a mi me encargaron unas palabras, un discurso para la ocasión. Retomé entonces la idea de Enrique Herranz, el cura del Valle del Mesa, y propuse la hermosa, justa y hasta necesaria de levantar un monumento al cura rural.

Días después, aquellos apuntes a mano que me habían servido para mi dicurso florido y fraternal, los lleve a la máquina de escribir, y les di forma en un artículo publicado en EL ECO -nuestra querida veterana y entrañable hoja diocesana-, en una sección creada por un servidor al llegar al Alto Tajo y que se titulaba "Diario de otro cura rural". He vuelto a releer ahora aquel artículo y, junto a verdades como puños y sentimientos a flor de piel, he descubierto tres décadas después -quizá la sabiduría de los años y por aquello de que uno sigue siendo, por la gracía de Dios cura rural- algún que otro esceso y "calentón", quizás propios, sí, de un cura adolescente de tan solo 25 añitos y uno medio de ministerio como los que entonces- 'o tempora, o mores" -tenía yo... ¡!.

Otoño en el Valle del Mesa
¿A cuento de qué viene todo esto?. Como ya informó la pasada semana Nueva Alcarria, en el término municipal de Berlanga de Duero (Soría), en accidente de circulación, falleció el miercoles 6 de noviembre el sacerdote de esta diócesis de Sigüenza-Guadalajara Enrique Herranz Martínez. Sí, el que llevaba más de treinta años pidiendo un monumento para el cura rural.

Enrique Herrenz Martínez tenía 81 años y llevaba 58 de sacerdote, todos ellos como cura rural, primero en la Alcarria de Castilmimbre y anejos; después la Campiña Alta deViñuelas partido sacerdotal; y desde hacía más de medio siglo -51 años- de Villel de Mesa, Algar, Amayas, Mochales y Sisamón (este último pueblo, provincia de Zaragoza y diócesis de Tarazona).

Como queda dicho, conocí a Enrique hace más de treinta años cuando en el señorio molinés, aunque en extramuros distintos y distantes -él en el Vallel del Mesa, yo en Alto Tajo- compartimos ministerio. Con frecuencia, Enrique propugnaba, en bromas y en veras, que había que hacer un monumento al cura rural. E inlusco, ya tenía pensado el lugar donde levantar dicho monumento: en Labros, en la confluencia de las carreteras de la zona, en el empalme.

Elogio al cura rural
Al día siguiente de su muerte, quise yo apostar, en una firma, columna sonora o colaboración que realizo todos los jueves a mediodía en los micrófonos de Cope Guadalajara, por erigir un monumento al cura rural, "ave" ya en vías de extinción; y con el monumento al cura rural otro homenaje, quizás hasta en mismo monumento, al maestro rural, que estos sí que apenas quedan.

Y es que ser cura rural -y por extensión, médico, cartero, maestro y boticario de pueblo- es algo mucho más grande y más hermoso de lo que pudiera parecer. Es ser experto en humanidad y en cercanías. Es servir y querer en primera persona. Es saber de barro que ensucia, pero que curte; de nieve que bloquea, pero que fecunda; de niebla que amanece con al alba y se disipa al mediodía; de servicios a pocos, a muy pocos, pero de los buenos; de tardes enteras sostenidas, tantas veces, solo en la esperanza, en la plegaria y en la soledad. Es saber el difícil lenguaje de los silencios oportunos, de los gestos de cariño, de los compromisos sinceros y los campos semánticos estrechos y escasos. Es saber escuchas y, sobre todo, amar. Es desafío a esta geografía dura, aunque hermaosa, de nuestra tierra; a lo arrugado, a lo decrépito y hasta yermo de nuestros lares tan abandonados; a lo cuantificable, a lo que rinde, al progreso y a tantos de los dogmas en boga en nuestro mundo. Ser cura, maestro, médico, cartero, boticario del pueblo es adentrarse en la entraña de nuestra tierra en las raíces de nuestra entidad, y aprender, desde el silencio y el servicio, el valor de lo sencillo, de lo aparentamente pobre y que no cuenta. Es una lección de humanidad y de humildad. Es servicio callado, entrega generosa, siembra abundante, apuesta por el valor de lo pequeño y de la dignidad de todas las personas, más allá de brillos, apariencias y éxitos o fracasos varios y tantas veces vanos.

Y concluía mi columna sonora en CopeGuadalajara -pensaba yo que concluia..., ahora me explicaré- con estas palabras: "Va por tí, querido Enrique. Va por nuestros curas rurales, y, por extensión, por quienes dedican, siquiera parte de lo mejor de sus vidas, en cualquier oficio o profesión, a estos queridos pueblos nuestros de Guadalajara, a esta querida y bendita tierra nuestra, tierra también, si, de silencio y soledad. Tierra que no podemos permitir que se no muera, ni se nos quede solo en el recuerdo de un parón o de un monumento. Va por ti, querido, y por tu monumento de cura rural. Buenos días."

Del dicho al hecho dista un trecho
Así conluía mi colaboración del jueves en la Cope. Pero no la historia. Una hora después de la emisión de este comentario, tuve una llamada de teléfono. Era un escultor. Un escultor que había escuchado mis palabras y que ya había acariciado las primeras ideas y que había hecho sus primeros bocetos y dibujos para erigir y crear el monumento al cura rural.. ¡Podeís imaginaros, amigos lectores, mi sorpresa y hasta mi sonrojo!. ¡Ni sabía qué decir..! " ¿Y ahora -me preguntaba a mi interlocutor inesperado- que hago yo, qué le digo al escultor? ¿Como encauzo esta propuesta cuando yo a penas tengo más tiempo de el suficiente para atender a mis quehaceres? Le dije: " ¡Bueno, esto es casi como del dicho al hecho...! Y el escultor me reespondíó: "Sí, pero falta un trecho..."

Y os pregunto, amigos lectores: ¿qué se os ocurre, cómo podemos dar salida a tan hermosa idea y propuesta? ¿Como recorremos el trecho que dista del dicho al trecho?

No sé si es relevante y necesario el dato. Pero para que veamos que lo del escultor va en serio, su nombre es Pedro Requejo Novoa, reside en Alcaá de Henares y es autor de numerosas y preciosas esculturas, por ejemplo, la que la ciudad complutenses hace escasos años erigió al Papa Juna Pablo II.

Y es que, en cualquier caso, hay que levantar, sí, el monumento al cura rural. Y debajo de una lápida repleta de nombres, de nombres y apellidos de sencillos, humildes y bondasos, como los aquí citados y otros muchos más, curas rurales. ¿Quien pone la primera piedra? ¿Que le decimos al escultor? ¿Como nos ponemos, entre todos, manos a la obra?

Jesús de La Heras Muela. página 58 Religión. Viernes 15 Noviembre 2013 Nueva Alcarria