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VILLEL DE MESA

YA CASI NADIE MANDA CARTAS.

HUBO UN TIEMPO EN QUE LAS CARTAS SERVÍAN COMO CONSUELO e incluso creaban adicción; podían ser una jarrón de agua fría o un cuchillo afilado; también una manera de pensar un medio cuerpo volcado con intensidad y concentración sobre la cuartilla. Una conversación apasionada y a la vez silenciosa con el destinatario. El género epistolar representó una forma de civilización. Su influencia se especializó tanto en las cartas de amor que proclamaban la iimposibilidad de amar -confensando dulcemente la congoja del sentimiento no correspondido- como en las cartas históricas que alertaban sobre la guerra y buscaban la paz. Soledad, utopía, dolor y pérdida, peticiones, abandonos, despedidas. Qué lejos ha quedado aquel tiempo donde la hoja metálica del abrecartas rasgaba el sobre y en el gesto impaciente a veces se quebraba una esquina de papel. O en que la punta de lengua ensalivaba el triángulo gomoso para sellar el mensaje. Ese ritual que entretuvo a reyes y gobernantes, escritores y cortesanos, conspirando, amantes y amigos, familia, gente corriente que mientras escribía a la vez se explicaba a sí misma.

En Villel de Mesa ya no tiene oficina de correos, ni cartero. Desde Molina de Aragón un reparto diario nos hace llegar las pocas cartas. Las noticias telefónicas han suprimido que el cartero llame a la puerta.

Ya casi nadie se manda cartas. Acaso los presos que no tienen acceso sin derecho a un ordenador y que según en que países se hallen, deben de aguardar varios meses en escribir respuesta.