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VILLEL DE MESA

EXCURSIONES - CAÑON DEL RÍO MESA.

UN PASEO POR LA ETERNIDAD

SABINAS MILENARIAS Y FÓSILES JURÁSICOS SALPICAN ESTE SOLITARIO DESFILADERO DEL EXTREMO NORORIENTAL DE GUADALAJARA.

Todo río es una dolorosa metáfora del tiempo que corre impasible, inasible e imparable, arrastrando cualquier ilusión de permanencia. Excepto el río Mesa. De hecho, el Mesa es conocido y aun diríamos que famoso, si la fama no fuese hoy una efímera arroyada- porque el tiempo permanece detenido a su vera en forma de abundantísimos fósiles: ENTRE OTROS, ORONDOS AMMONITES, CUYAS CONCHAS EN ESPIRAL MARCAN COMO RELOJES PARADOS EL MOMENTO -Jurásico inferior, para ser exactos- en que se formó la roca caliza del cañón.

Fósiles también, aunque vivientes son las sabinas milenarias de troncos paquidérmicos que se contorsionan en los ribazos y voladizos del barranco. E igualmente prehistóricos son los buitres leonados, perfilándose como gárgolas sobre estos cóncavos acantilados y picudos tormos que desafian el paso del tiempo en inaudito equilibrio. Todo, hasta las vetustas nogalas que ya nadie apalea desde hace muchos otoños, presenta aqui una fijeza pétrea, eternal.

En busca del río Mesa vamos enhebrando por la carretera aldeas medio abandanonadas, de una quietud estremecedora, casi geológica: Turmiel, Anchuela del Campo, Labros, Amayas, Mochales. Lugares del antiguo señorío de Molina, tendidos sobre un alto páramo que preludia las vecinas sierras de Cuenca y de Albarracín, y fustigados por un clima esquizofrenico - récord nacinalw absoluto de frio en invierno y un horno en verano-, que actua como un inmenso secadero de cereales, viejos rostros y voluntades.

Y llegando a Mochales, nos asomamos mudos, al profundo retiro del Mesa, tan solitario, tan apartado, tando a lo suyo que el único rio de Guadalajara que no vierte al Tajo, sino que, a través del Jalón y del Ebro, manda sus aguas al Mediterráneo, como si yendo contra las corrientes dominantes quisiera afirmar su carácter intemporal.

Una vez en Mochales -grande iglesia, reloj de tiempos de Calos III y ahora electrico con el sonido de las campanas, y ruinas de castillo roquero, doblamos por la primera calle a la izquierda nada más cruzar el rio para echarnos a caminar por la aguas arriba por una amplia vega, de laderas aún poco pronunciadas, entre campos de la labor y frutales. Así es como, en cosa de 15 minutos, pasamos a la altura de la ermita de San Pascua Bailón, que queda a unos 200 metros a la derecha de nuestro camino: un camino que no tiene pérdia porque sigue siempre al río Mesa y, y para más señas, está marcado con trazos de pintura blanca y azul.

Al rato, el valle se torna un auténtico cañón, y el río Mesa, aprisionado entre paredes cada vez más altas y escarpadas, se retuerce como un serpiente ensacada. Por eso, como a una hora del inicio, y tras rebasar una sombría nogalera, nos vemos obligados a cruzarlo por el primero de los muchos vados que nos reserva la jornada. Y media hora después, sin perder de vista las señales que nos guían por la misma orilla bordeando los últimos labradíos, arribamos junto al Torno Melero: un peñón de 20 metros de altura que se alza, puntiagudo y señero, en pleno lecho del barranco, con un ojo horadado en la cúspide que refuerza su fiero aspecto de cíclote.

No más pasar el peñasco, se nos ofrece una bifurcación. Aqui decimos adiós al sendero señalizado, que se aleja a la izquierda hacia la parte alta del cañón -una opción a tener en cuenta si lo nuestro no es vadear-, y continuamos río arriba por el tramo más hermoso, angosto y selvático- fresnos, arces, sauces y sabinas seculares- del desfiladero. Anticipándonos a los recodos donde el río forma charcas infraqueables, lo vadeamos media docena de veces alguna con cierta dificultad, hasta que, cumplidas dos horas de marcha, llegamos a las ruinas del molino del barranco Hondo, cerca de una zona de pozas de agua esmeralda con coqueta cascada.

El tiempo es, por definición, la duración de las cosas sujetas a cambio. En las imutables profundidades del cañón del río Mesa por esa regla de tres, el tiempo no existe. Hasta que se hace la hora de volver. (El Pais, 11 mayo 2001, Andrés Campos)