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VILLEL DE MESA

CRÓNICA EN EL DIARIO DE NUEVA ALCARRIA, viernes 24 de enero de 2003. pág. 27

LAS CORTES HAN QUEDADO DESIERTAS.

SE HA ROTO LA TRADICIÓN DE LAS MATANZAS EN LA ZONA.

Las crónicas y leyendas nos relatan la forma de vida que nuestros pueblos tuvieron hace siglos. Es su propia cultura, sus trabajos, forma de sociedad, la propia convivencia entre sus pueblos y una muy primordial que consiste en su propia alimentación.

Los preparativos que se hacían en los días anteriores a la matanza, cortando las migas de aquellos panes que nuestras abuelas habían amasado, el buen vino que se había traído de Godojos o de Cabolafuente, revestían con alegría a toda la familia y los vecinos. Los encambrones y aliagas, acarreados por la mula o el pollino, iliminarían bajo la caldera para calentar el agua con la que pelar el cochino. Se necesitaban muchas manos y a base de fuerza humana, el matador podía sacrificar a buen tino y punta de cuchillo, ese cerdo que durante todo el año se había cuidado con tando cariño. Salta la sangre al barreño y la doncella o ama de la casa va dándole vueltas para evitar que se corte y más tarde será para llenar las tripas y salgan unas buenas morcillas de arroz, cebolla y con lo mejor escogido.

Sin perder un minuto como si su vida hubiera sico condenada, era colgado boca abajo y para más enseña el matarife abre en canal su panza hasta dejar vacío su vientre de todo su contenido. A trozos van cortando la penceta, las mollejas, el hígado, el morro y algún otro capricho; el cerdo ya no es el amigo, aún muerto y destrozado nunca se muestra nuestro enemigo.

Como si ofreciera para nuestro alimento cuanto ha ido robustenciendo, del cerdo todo vale hasta sus patas, sus orejas y los escondrijos. Asado o frito y estirando el brazo con el tenedor vamos pinchando llevándonos a la boca esas mollejas que van saltando y que todos quieren coger. Las botas o el porrón va pasando de mano en mano y se llena de nuevo otra vez, hasta que se terminan las migas y ese ajopuerco que tan sabroso han sabido hacer. Se acompaña con uvas, pepinillos en vinagre o guindillas este almuerzo y cuando el pastor no estaba presente se le llevaba en la cestilla estos manjares que esperaba para poder comer mientras sus ovejas pastoreaban por los ribazos o alimentándose de los troncos de berzas que la tierra hizo crecer.

LA TARDE MÁS DURA DEL AÑO.
El menudo ya ha sido lavado y puesto el embudo; se van llenando las tripas. La caldera llena de agua, a todo fuego va cociendo y la señora pincha las morcillas para que no revienten. Se prueban y las vecinas alegress y contentas van sacando y colgando en varas del granero para que se sequen con el frío.

Se ha ido prerando la cena que culmina en torno a la mesa con exquisitos platos de asados y cocidos, buenos postres sin faltar el trago de vino. La alegría se nota por todas partes y se entonan algunos cánticos y no falta la tertulia en recordar otras matanzas de años anterioes.

EL DIA DE MATANCILLA
El matador afila sus cuchillos y a golpe de hacha descuartiza el resto de lo que queda del procino. Dos delantanteros, lomos y los jamones. Los costillares y el espinazo. Las mantecas los riñones y la cabeza finalizan las divisiones de lo que será nuestro alimento en todo momento. Todo llevará su preparación. Qué día nos espera, pues si el día anterior fueron las morcillas hoy nos toca los chorizos.

Cada familia tiene su propia fórmula y secreto para el embutido, es una herencia de los abulos, es la mejor, dice cada uno. Para gustar prueban y frien el picadillo y sigue el trabajo dándole vueltas a la máquina hasta terminar de embutir el último chorizo. El día de la matancilla se sigue comiendo y bebiendo, es otro día de fiesta y otro día lo celebraremos en casa del vecino.