En el abultado manual de resistencia del Atlético de Madrid siempre hay un par de hojas reservadas para días como este, uno donde la parroquia colchonera puede respirar finalmente tranquila y disfruta de las mieles de la victoria. En un Wanda Metropolitano desangelado, solo abierto para familiares y algún que otro personaje público y político, el equipo madrileño celebró su undécima Liga. Pese a la ausencia de público, los cánticos lejanos, los petardos y las hélices de los helicópteros se filtraban al interior del estadio mientras el deseado trofeo se posaba finalmente sobre el césped.