En Segovia, una tarde, de paseo / por la alameda que el Eresma baña, / para leer mi Biblia / eché mano al estuche de mis gafas / en busca de ese andamio de mis ojos / mi volcado balcón de la mirada”. Antonio Machado escribió en 1919 estos versos. El poeta ha dejado “su blanca celda de viajero” en su pensión de la calle de los Desamparados para bajar como otras tardes a las orillas del Eresma. La Alameda del Parral forma parte del desconocido cinturón verde de Segovia. “De las huertas al Parral, paraíso terrenal”, proclama un dicho segoviano. En la ribera del río, las huertas flanquean una arboleda plantada durante el reinado de Felipe II, árboles de hoja caduca que permiten el paso del sol en el áspero invierno y proporcionan confortable sombra en el verano: fresnos, chopos, arces, tilos, sauces, plátanos de sombra y castaños de Indias. Los olmos cayeron hace años por la grafiosis y en su lugar se plantaron variedades muy diversas para prevenir plagas.
Hoy, el poeta busca en vano sus gafas para entregarse a la plácida lectura y a la contemplación, junto a una fuente, bajo un árbol, en uno de los rústicos bancos de piedra. Machado encuentra el estuche de sus lentes vacío y momentos después escribe en su cuaderno el poema cuyos primeros versos se reproducen al comienzo de este texto. Las gafas se han convertido en mariposa y han volado de retorno a la humilde pensión de doña Luisa Torrego.
Hoy, el poeta busca en vano sus gafas para entregarse a la plácida lectura y a la contemplación, junto a una fuente, bajo un árbol, en uno de los rústicos bancos de piedra. Machado encuentra el estuche de sus lentes vacío y momentos después escribe en su cuaderno el poema cuyos primeros versos se reproducen al comienzo de este texto. Las gafas se han convertido en mariposa y han volado de retorno a la humilde pensión de doña Luisa Torrego.