ESTEBANVELA: Es extraño. El fuego está apagado. Pero puedo recordar...

Es extraño. El fuego está apagado. Pero puedo recordar las noche de invierno y el crepitar de la leña algo verde todavía. La serenidad de la charla amena, prendido el ingenio en la natural sabiduría. Algún viejo hasta encendía el cigarro con un tizón en las tenazas. Ahora no está la lumbre, no. Tampoco están las brasas finales que ocultaban unas cuantas patatas entre las cenizas asándose. ¿Qué arde ahora? ¿Qué chimenea lanza el humo desde el fogón con los troncos en llamas? Resulta sorprendente este pueblo. ¿En qué brasas se calienta su gente tan plural y tan dispersa? ¿Vuelven atrás la vista hacia las reuniones de la taberna jugando al mus, hacia el hogar y la familia reunida? ¿Dónde está el calor humano, las cartas, la risa, la ironía, la destemplanza de los viejos amigos y amigas? ¿O son tan emprendedores que sólo siguen hacia adelante detrás de la zanahoria. Por suerte flota también en el ambiente la alegría y el entusiasmo sembrados a voleo en otoño, profundizados en invierno, apuntados en primavera, granados en verano. Que siempre la siembra más o menos intempestiva, resulta imprescindible para seguir el ciclo de los tiempos. Tanta televisión ven los ojos de la gente lejana, expandida, dispersa, a veces adversa, nunca perversa. Y no es esto una carta mirando al retrovisor, ni siquiera una carta al futuro. Sólo te escribo a ti, porque eres sensible y notas aún el calor de otro fuego purificador. Sí, te escribo con agrado estas palabras inocentes al borde de la nostalgia encendidas.