Te lo digo delante del fugo que imagino. Te lo digo y quiero que me entiendas. Que me enciendas para poder ver Lo Que dices me profesas. ¿Entiendes? Enciende ese tronco de encina hasta nos llene su resplandor. En silencio te hablo con las manos, con los ojos, con la danza, con esperanza. Lo verás luego. También con pavor y temblor te hablo. Me ha sobrevenido lo que más temía. Al comienzo de la hoguera estoy llegando, la hoguera que tu avivaste. Mas la finalidad es que empecemos el mutuo entendimiento lúcido más que lucido. Quiero decir que no abandonaré el vacío del río que se acaba en el estío, antes de llegar al otro río, al mar del amor. Yo no quiero las oscuras sombras de la huerta, ni del huerto al que me has querido llevar esta mañana. Tampoco el fuego atenazará los miedos, ni los sueños sin fundamento en la realidad, ni los vuelos de pájaros cantores. Te hablo ¡qué más da el nombre si eres hombre y yo mujer. Te hablo porque miras y escuchas sentidamente, inteligentemente. Entablo, pues, el diálogo sobre aquello mismo que me pediste. ¿Entiendes, enciendes, aprendes incluso cuando tergiversas como diablo enredador, mientras atizas el caldero a modo de tregua? En tu caldero sin agua, sino con leche “maldito pedrobotero” me subes al otero. Y te pones a hacer todo eso en una estación de lobos que aúllan y chillan por La Matilla como si fuera su parnaso, antípoda del dantesco infierno del que presumes. Qué rítmica batida del caldero convertido en cencerro para romper el silencio y traspasa la honda fruición. Espero que al amanecer dejes el llar de tantos ojos ciego y el sostén sin asideros. No, no diré tu nombre, hombre hecho y derecho, mozo robusto de mi pueblo del que nadie sospecha, a veces tierno a veces adusto, curtido en los aires de la campiña por donde tuvimos nuestra primera riña. Y ahora, por más que la brisa mueva zarandee mi vestido, la túnica blanca del deseo por fuera y de la plenitud por dentro, tendrás que madurar como los frutos del valle angosto junto al río. Los dos somos incipientes. Espera en la nogalera de Santibáñez mañana por la tarde. Serás mañana tú en un jardín, aunque andes en tu noche ahora. Serás otro en tu mismo pellejo como es el Aguisejo renovándose en su cauce con rumoroso discurrir. Además, siempre serás nuevo en cada encuentro y nuestro encuentro será como el primero. Siempre te cubrirá otro agua aunque estés en el mismo lecho. Otro hombre serás por más que te asombre la policroma primavera de tu vida. ¡Ah, que infinito egoísmo adolescente me ha llenado de flores, por amarte sin descarte esta noche de verano, por el requiebro evanescente que se despliega hacia el alba esperanzada! (Elsa).