No fue la campiña, que es tierra sana,
ni su libre aire azulado preferido
que toca la fibra de mis sentidos,
ni fueron unos cirios con su llama,
ni eco campestre, ni ternura humana,
ni la hoja del álamo estremecido,
ni emancipada tierra con sentido,
sino lo que en ella late y se mama.
Santa María de Nieva, allí las luces,
la catedral de la campiña y mía,
la Virgen Soterraña y su misterio
que atrae, que ama, seduce y conduce,
que es reina de amor, ternura y energía
que aúpa a sus hijos en sus ministerios.
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