Cuando en los atardeceres de
verano estábamos en Peñamora y se veía allá, al fondo, una enorme luna de verano, respirábamos relajados al final de un cluroso día, se oían los badajos de las
ovejas cuando golpeaban los campanos compitiendo con el
reloj del
ayuntamiento cuando llegaban los cuartos, las medias y las horas...