Cap. IV. Tiempos de liberación. Las invasiones del norte (cont.)
En los lugares como Membibre y en una gran parte de los territorios y las gentes de la Península Ibérica, el comienzo de la nueva era no puede ser algo de transición, de nostalgias abandonadas -no sería posible ver eso, por ejemplo, en nuestros tatarabuelos del gotievo, ni en la historiografía moderna, como en la mente de Boecio o de cualquier italiano del siglo V- era de paso hacia otras eras futuras, sino una especie de tiempo de continuidad y de observación de nuevos sucesos, incluso con unas ciertas ganas e ilusión de tener la cosa por la mano. En primer lugar en todas esas épocas de turbulencia política e histórica lo que sucede en estos lugares tan apartados y acaso en las grandes ciudades es que hay una liberación en el pago de los impuestos y porción de las cosechas, así como una disminución de la vigilancia por parte de patrullas o grupos armados. Eso siempre es algo de notar y de agradecer. En segundo lugar se recupera memoria de costumbres y viejas cuestiones latentes y en tercer lugar el proceso continúa de una forma o de otra no solo porque la situación bélica no atañe de forma directa a los paisanos, sino porque la vieja tendencia de avance del progreso siempre se manifiesta con las mismas formas de acumular cosas, aparatos y riqueza.
En cuanto al desarrollo de los esquemas ideacionales, personalidad de los paisanos de Membibre, recuento de mitos y leyendas, ahora ya en el siglo V después del inicio de nuestra era, es necesario acostumbrarse a una serie de grandes ideas para lugares como Membibre. En realidad desde la más abstrusa antigüedad de su existencia no se habían desarrollado sistemas de los simples culturales, acaso por estas fechas del principio de la Edad Gótica, la simple escritura, el idioma escrito fuese algo de concepción remota o que se iría conociendo o haciéndose habitual por meros indicios relacionados de manera crucial con la función diaria. Inscripciones en las monedas o en las piedras, sentencias de los lejanos tribunales, objetos del comercio. Tampoco se crearon ni se desarrollaron corpus de leyendas, de mitos o de dioses, y todo en ese sentido transcurriera en una especie de estado de ateísmo natural que se reuniría en el paisaje mental junto al hecho moral y las consideraciones cosmológicas. Tampoco se habían producido importantes manifestaciones artísticas, grabado, pintura, escultura, o acaso sí, pero dentro de los puros esquemas civilizacionales, si no producto de los esquemas artesanales, o sea, un arte como algo normal, la posesión de cosas bonitas y objetos bellos, vestidos de mejor manufactura y la decoración cerámica y de otros trastos. No se pueden rastrear sistemas de existencia de dioses, aparte de los ya descritos de amuletos o pequeños ídolos sanadores, ni acaso la más elemental ceremonia de enterramiento. En este último sentido, la consideración de los muertos y las formas de enterramientos, algo de unas connotaciones tan importantes y de resultados tan sorprendentes en otros lugares de avanzada cultura, cómo en lugares pequeños y remotos como Membibre siempre viniera a resultar la cosa igual durante todos los siglos de su existencia, la gente se moría y los cuerpos serían dados tierra hasta su desaparición en lugares indicados para ello. Estamos entonces en el siglo VI, 500 años de nuestra era y aquí no había indicios de dioses ni de religión ni de cultos de ningún tipo. Acaso ya por estas fechas algunos aficionados. El sistema intelectivo seguiría siempre unos pasos muy solapados a la resolución de los problemas inmediatos, mejora de vida y el progreso y civilización todo ello relacionado con esos mismos parámetros en los pueblos y ciudades más próximos.
De cualquier forma es de esperar que ahora ya se sabía una cierta manera de funcionamiento del mundo y que muchas de las cosas de la vida diaria y de la función social guardaban una directa relación con el despliegue de ejércitos y patrullas armadas y las clases de gentes que llegaban a su alrededor y el relación precisa con el negocio bélico. En ese sentido cabe preguntarse lo que vendría a ser mejor, si la instauración de los viejos clanes autóctonos después de que se marcharan los romanos, algo que habría sido posible con el contrato de grupos guerreros organizados entorno a algún caudillo o rey, como sucediera en otros lugares de Europa, incluso desde las organizaciones memorables de los Bagaudas, que algún personaje importante o unificador de intenciones hubiera surgido y se manifestara a partir de esa simple manera. Acaso serían aquellas bandas de bandoleros y otras clases de gentes, lo más parecido a cierto espíritu nacional en los lugares peninsulares después de los romanos y principio de la Edad Gótica. U optar por un sistema de tipo babilónico de observación de la clase dominante extranjera que no entorpecería el normal desarrollo de la sociedad y el comercio y su renovación periódica por otra clase de señores o tribus también extranjeras a través del triste hiato de la guerra.
Hacer mención así mismo de viejas personalidades sociales desarrolladas en Membibre que seguirían y habían estado presentes en la vieja historia del pueblo. Las incipientes corporaciones municipales, quizás las importantes familias regidas por la señora presidenta, pero en concreto la rancia saga de alfareros de la pequeña alquería del Prado Quintana-Los Comunes. Algo que seguiría vivo hasta bien entrada la Edad Moderna, hasta el siglo XVII o XVIII y que habrían llevado allí entonces la friolera de unos 2.500 o 3.000 años de existencia continuada. Generaciones y generaciones de alfareros cuyo afán y quehacer más importante, pues acaso tuvieran otros, fuera ese precisamente, fabricar vasijas de barro y seguir las modas de la producción cerámica.
Traer a cuento, por curiosidad, de que es por estas fechas y acaso como un fenómeno mundial, cuando se pone en marcha el caldero o puchero del mediodía, que servía para todo el día, pues el caldo del mismo sería aprovechado por la noche para fabricar la sopa, acaso ayudada por el gajo de cebolla. El gran caldero de aquellos tiempos, pero esto no como en el sentido de un producto medieval, intermedio o nostálgico de tiempos pasados, sino algo poderoso, ese caldero que ya consulta horarios internacionales, acaso partiendo de la China lejana hasta la mismísima Contastinopla de Contastino, posee ya connotaciones inequívocas al famoso cocido diario de nuestros tiempos.
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