DESDE MUÑOPEDRO
Con gran rapidez caen las noches,
oculto el sol por los labajuelos,
por las lomas que decía mi abuelo
que eran secas, de tierra mediocre,
que contemplaba sentado en el porche
caliente de todo el día, el suelo,
mirando permanentemente el cielo,
aceptando sus señas sin reproches.
Decía que las nubes de color rojo
a la puesta del sol es el calor
anunciado para el día siguiente,
en ese campo seco, de rastrojos,
sin vegetación que reste el sopor,
el cansancio del cuerpo y la mente.
Porche que era su lugar de descanso,
donde raíz y abrazo se fundían
en su tierra, donde su vida fluía
y se transformaba de bravo en manso
o en corriente llegada al remanso.
Fue el flujo y la luz que relucía
en cometa de noche o en sol de día.
Fue como toda vida de retazos.
Grandes fueron nuestros antepasados
que aprendieron a ver, a guiarse a tientas,
a palpar, oír y escuchar el silencio,
que trabajaron después de cansados,
que se abrieron como tierra sedienta
en jazmín cuyo olor no tiene precio.
Con gran rapidez caen las noches,
oculto el sol por los labajuelos,
por las lomas que decía mi abuelo
que eran secas, de tierra mediocre,
que contemplaba sentado en el porche
caliente de todo el día, el suelo,
mirando permanentemente el cielo,
aceptando sus señas sin reproches.
Decía que las nubes de color rojo
a la puesta del sol es el calor
anunciado para el día siguiente,
en ese campo seco, de rastrojos,
sin vegetación que reste el sopor,
el cansancio del cuerpo y la mente.
Porche que era su lugar de descanso,
donde raíz y abrazo se fundían
en su tierra, donde su vida fluía
y se transformaba de bravo en manso
o en corriente llegada al remanso.
Fue el flujo y la luz que relucía
en cometa de noche o en sol de día.
Fue como toda vida de retazos.
Grandes fueron nuestros antepasados
que aprendieron a ver, a guiarse a tientas,
a palpar, oír y escuchar el silencio,
que trabajaron después de cansados,
que se abrieron como tierra sedienta
en jazmín cuyo olor no tiene precio.