SANTA MARÍA LA REAL DE NIEVA
La mañana se presentaba fría,
sin embargo el sol lucía
esplendoroso, pletórico
como portador, no sólo de luz,
sino de recuerdos añejos.
De pronto el paisaje cambia,
la pizarra se hace familiar
y vienen al recuerdo
vivencias de más de treinta años.
Bastaría tan solo el paisaje
para evocar a cada paso cientos
de recuerdos, cada detalle,
cada edificio, cualquier calle,
casi todo aun que siga igual
es un poco diferente,
más gastado por la acción del tiempo,
igual que nosotros
cuando nos vemos en los demás.
De soslayo me parece ver
a un viejo amigo en las
primeras edificaciones.
Paro el coche y me dirijo a él.
Intuye que soy conocido,
pero ni se imagina quién puedo ser.
Por fin y tras unos intercambios
de señas comunes, ambos rostros
simultanean la misma coincidencia.
Pedro, era y lo es ahora,
pero el de entonces, era "El Coto".
¡Toda una institución!
que no sólo ha ido sumando años,
sino adquiriendo ese lastre o solera
de personal aplomo.
Dos minutos han bastado
para irnos a los sesenta
y como entonces, de inmediato,
zas: una pandilla
(Juan, Alberto, Pocholo...)
Jirones de vida en el Altozano,
los recuerdos a aquellos
que tanto influyeron en nosotros
han surgido de espontáneo,
como la primavera viene al año,
como el amanecer tras la noche
y con esa luz, con las nuevas flores
iguales a otros años, pero frescas,
olorosas que alegran el ambiente.
Algo mágico tiene Santa María.
No es un lugar cualquiera.
la Virgen le eligió
y le vino lo de "Santo",
los reyes le otorgaron lo de "Real".
Después ando los parajes que me crecieron,
hermosa tierra que supe mía:
es el campo, las calles, las gentes,
la vida aquella, y qué diferente
ahora, como ajeno y nuevo
a su vez para mi.
El paisaje será el mismo,
pero es otro como yo soy otro
porque la diferencia va conmigo.
Las grises tierras mostraban el camino
invitando a andarle.
Ahora regreso al nuevo paraje
por ve si al paso está la
hermosa tierra que supe mía.
¡No sé qué guarda este lugar
de olor a encina y tomillo,
de color a pino y a pizarra
que hoy me engaña!.
La mañana se presentaba fría,
sin embargo el sol lucía
esplendoroso, pletórico
como portador, no sólo de luz,
sino de recuerdos añejos.
De pronto el paisaje cambia,
la pizarra se hace familiar
y vienen al recuerdo
vivencias de más de treinta años.
Bastaría tan solo el paisaje
para evocar a cada paso cientos
de recuerdos, cada detalle,
cada edificio, cualquier calle,
casi todo aun que siga igual
es un poco diferente,
más gastado por la acción del tiempo,
igual que nosotros
cuando nos vemos en los demás.
De soslayo me parece ver
a un viejo amigo en las
primeras edificaciones.
Paro el coche y me dirijo a él.
Intuye que soy conocido,
pero ni se imagina quién puedo ser.
Por fin y tras unos intercambios
de señas comunes, ambos rostros
simultanean la misma coincidencia.
Pedro, era y lo es ahora,
pero el de entonces, era "El Coto".
¡Toda una institución!
que no sólo ha ido sumando años,
sino adquiriendo ese lastre o solera
de personal aplomo.
Dos minutos han bastado
para irnos a los sesenta
y como entonces, de inmediato,
zas: una pandilla
(Juan, Alberto, Pocholo...)
Jirones de vida en el Altozano,
los recuerdos a aquellos
que tanto influyeron en nosotros
han surgido de espontáneo,
como la primavera viene al año,
como el amanecer tras la noche
y con esa luz, con las nuevas flores
iguales a otros años, pero frescas,
olorosas que alegran el ambiente.
Algo mágico tiene Santa María.
No es un lugar cualquiera.
la Virgen le eligió
y le vino lo de "Santo",
los reyes le otorgaron lo de "Real".
Después ando los parajes que me crecieron,
hermosa tierra que supe mía:
es el campo, las calles, las gentes,
la vida aquella, y qué diferente
ahora, como ajeno y nuevo
a su vez para mi.
El paisaje será el mismo,
pero es otro como yo soy otro
porque la diferencia va conmigo.
Las grises tierras mostraban el camino
invitando a andarle.
Ahora regreso al nuevo paraje
por ve si al paso está la
hermosa tierra que supe mía.
¡No sé qué guarda este lugar
de olor a encina y tomillo,
de color a pino y a pizarra
que hoy me engaña!.