Como
acantilados naranja que parecen sacados de cualquier película del Oeste o de un lejano desierto, surgen en medio de la nada castellano manchega estas
esculturas de tierra prensada por el
agua, el viento y el sol.
El Tajo se da un respiro como para poder contemplar tanta belleza y
camino lento ensanchando su cauce que se convierte en un precioso
lago.