Caminamos, cerro abajo.Golpeando fuertemente, con las suelas del zapato, el fino polvo de yeso blanco.Queria hacer notar, a todo el vecindario, la alegria que econtramos al amarnos y al mismo tiempo, en tiempos solapados, hacerme invisible a todo, solo para tí quisiera ser visible, que me vieras con ojos enamorados y volver a besarnos.Caminaba abtraido, de nosotros mismos ensimismado, pendiente del sofoco, del corazón acelerado, con la vista clavada en el brillo de tus labios y el oido, afinado, escuchando el latir de tu cuerpo junto al mio adosado.Escuchamos de pronto voces, procedentes al parecer del mesón de Julian el calvo, y los dos al unisono corrimos a refujiarnos en aquel silo abandonado, junto al margen del camino.Torpemente nos prometimos amor eterno y acordamos, acordarnos siempre para contar a los nietos, si con ellos Dios queria premiarnos, las pequeñas o grandes historias que a los molinos asociamos. Que la imagen del fiero gigante con los brazos aspados, la llevo en el alma, en relieve gravada, junto al primer beso de mi mujer amada, junto al nombre de mi pueblo, de mi tierra añorada.Que en aquel oscuro silo de apariencia abandonada, nacia de nuevo la vida y agarrados de la mano camino abajo, bajaban, cantado y saltando, dos jovenes enamorados, para que todo el mundo supiese que de nuevo el amor habia fraguado, fuerte, como el molino del que hablamos, como la viña con el vino, la harina con el trigal, el aceite con la oliva, como nosotros con El Romeral.GOYO. ... (ver texto completo)