Puestos a colocar insignes figuras o iconos de nuestro pueblo, por qué no situar a San Sebastián en lo alto del Molino Pechuga, para que ilumine los pasos de los romeraleños y les guie por el camino de la razón, la cordura y la reflexión crítica. El día del Santo todos los del pueblo se dirigirían en romería hacia ese lugar (que se convertiría ipso facto en sagrado), y los más devotos entregarían sus dineros, gallinas u otros elementos que mande la inveterada tradición, en tanto que los ateos, agnósticos y escépticos se quedarían en la plaza tomándose una cerveza, que es lo que suelen hacer, sin ofender ni ser molestados. Lógicamente, para protegerle de lluvias, vientos y "yelos", se introduciría al nobilísimo Santo en una urna de cristal o similar, que sería abierta periódicamente por beatas mujeres, para procurar su limpieza y decoro, siempre bajo la atenta mirada del cura párroco, que daría fe de cuanto allí acaeciera. Por las noches, la luz de los molinos iluminaría al Santo, de modo que resplandecería como una estrella, lo que contribuiría a que la gente de la comarca acudiera por doquier, extasiada al contemplar semejante maravilla en las alturas. Muchos seguro que comprarían casa en el pueblo y se quedarían a vivir y a trabajar, para engrandecimiento de nuestra villa, que recuperaría la perdida hegemonía, y aventuro que el Papa, conmovido, peregrinaría hasta nuestra tierra y ejercería de pastor, apacentando a las ovejas.