Pudiera valer lo de las cruces: dos, tres o una docena, bastas, finas o de diseño, con tal de que a su lado se colocara un serijo, una bota de vino (o una caja de cervezas, en su defecto)y un catecismo.De esta manera animaríamos a caminantes y peregrinos a subir al cerro: los unos para beber y calmar sus apetitos y los otros para alimentar su espíritu, embebidos en la lectura de la santa madre doctrina. Enmedio, el serijo, que a todos viene bien y a nadie incomoda. ¡Que bello cuadro costumbrista se me representa, presente y pasado se confunden, sin dar guerra!