Ante una plaza de San Pedro abarrotada de fieles para el rezo del último Ángelus, Benedicto XVIreveló: “El Señor me llama a dedicarme todavía más a la plegaria y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia”. [Escucha el audio]
El Papa precisó que “al contrario, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda continuar sirviendo a la Iglesia con la misma dedicación y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de un modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas”. Una y otra vez, los fieles le interrumpían con aplausos y el Papa se los agradecía.
La plaza era un mar de brazos que saludaban, de pancartas -muchas de ellas con una simple palabra: “Gracias”- y de banderas. Para muchos romanos, que no podrán venir a la última audiencia general el próximo miércoles a las 10.30 de la mañana, el Ángelus del domingo era la despedida definitiva.
Benedicto XVI comentó el Evangelio del día, el relato de la Transfiguración en el Monte Tabor, que para él tenía un significado especial cuando “el Señor me llama a subir al monte y dedicarme todavía más a la plegaria y la meditación”. En sus comentarios, el Papa señaló que “la plegaria no significa aislarse del mundo y de sus contradicciones”.
Como siempre, después de recitar el Ángelus, el Papa añadió comentarios en seis idiomas incluido el español. Una vez más, sus palabras en español fueron las más extensas: un saludo afectuoso y un resumen completo de lo que había explicado al principio en italiano sobre el Evangelio del día:
“Saludo cordialmente –dijo- a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días”.
“Jesús –continuó el Papa- nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se trasfiguró, se llenó de luz y de gloria. Manifestaba así quién era él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero”.
“Que la Santísima Virgen María –dijo como despedida- nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y ¡feliz domingo a todos!”.
Los fieles de lengua española se lo agradecieron con otro aplauso atronador.
El Papa precisó que “al contrario, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda continuar sirviendo a la Iglesia con la misma dedicación y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de un modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas”. Una y otra vez, los fieles le interrumpían con aplausos y el Papa se los agradecía.
La plaza era un mar de brazos que saludaban, de pancartas -muchas de ellas con una simple palabra: “Gracias”- y de banderas. Para muchos romanos, que no podrán venir a la última audiencia general el próximo miércoles a las 10.30 de la mañana, el Ángelus del domingo era la despedida definitiva.
Benedicto XVI comentó el Evangelio del día, el relato de la Transfiguración en el Monte Tabor, que para él tenía un significado especial cuando “el Señor me llama a subir al monte y dedicarme todavía más a la plegaria y la meditación”. En sus comentarios, el Papa señaló que “la plegaria no significa aislarse del mundo y de sus contradicciones”.
Como siempre, después de recitar el Ángelus, el Papa añadió comentarios en seis idiomas incluido el español. Una vez más, sus palabras en español fueron las más extensas: un saludo afectuoso y un resumen completo de lo que había explicado al principio en italiano sobre el Evangelio del día:
“Saludo cordialmente –dijo- a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días”.
“Jesús –continuó el Papa- nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces se trasfiguró, se llenó de luz y de gloria. Manifestaba así quién era él verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y transforma cuando rezamos con corazón sincero”.
“Que la Santísima Virgen María –dijo como despedida- nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias, y ¡feliz domingo a todos!”.
Los fieles de lengua española se lo agradecieron con otro aplauso atronador.