San Ezequiel, profeta, 10-4-2013.
Ezequiel fue un sacerdote y profeta hebreo, exiliado a Babilonia, que ejerció su ministerio entre el 595 y el 570 a. C., durante el cautiverio de Israel en Babilonia. A diferencia de otros profetas, Ezequiel decía captar importantes revelaciones en forma de visiones simbólicas de parte del Dios Yahvé. Ezequiel se caracteriza por las descripciones detalladas de sus... visiones.
Sus profecías advirtieron de la destrucción inminente de Jerusalén y también sobre la condenación de las naciones extranjeras y de la restauración de Israel.
Ezequiel vivió en la misma época de los profeta Jeremías, Daniel y Esdras. Estaba casado, era hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá (597 a. C.) e internado en la región de Caldea, en el actual Tel-Aviv a orillas del río Cobar o Queb-ar. Cinco años después, a los treinta de su edad, Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir hasta el año 570 a. C.
A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar esperanzas de que el cautiverio terminaría pronto y de que el Dios Yahvé no permitiría la destrucción de la santa ciudad de Jerusalén y de su Templo, hechos que ya habían sucedido.
Había, además, falsos profetas. Estos engañaban al pueblo prometiéndole, en un futuro cercano, el retorno al país de sus padres. Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuando llegó la noticia de la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo. No pocos perdieron la fe y cayeron en la desesperación.
La labor del profeta Ezequiel consistió, principalmente, en someter a la amonestación, llamar al arrepentimiento, y combatir el paso de los judíos a la religión de los conquistadores. Predicó contra la corrupción moral y la práctica de costumbres babilónicas (que él consideraba bárbaras). Y proclamó contra ideas erróneas acerca del pronto viaje de retorno a Jerusalén. Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas del tiempo mesiánico.
El libro se divide en un prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales. La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá; la tercera (caps. 33-48), la restauración. Es notable la última sección del profeta (40-48) en que nos describe de manera verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus.
Las profecías de Ezequiel descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera que San Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y "laberinto de los secretos de Dios".
Israel está en pie de guerra y el Dios Yahvé ha puesto al profeta como centinela para dar la voz de alarma ante el peligro.
Ezequiel carga con la responsabilidad del pueblo entero. Ningún profeta siente una necesidad tan imperiosa de entregarse al examen detenido de ciertos problemas y de poner en claro todas sus implicaciones; en una palabra, Ezequiel es no solo profeta sino también teólogo.
Es significativa la forma como Ezequiel recibe en el momento de su vocación el mensaje que ha de transmitir: una mano le alarga el libro con lo que debe predicar.
Con su palabra y con su silencio, Ezequiel fue el advertidor de Israel rebelde. Todo pueblo tiene en su historia un pecado continuo, pero lo interesante es la idea que este profeta tiene del pecado. Pecado es la ofensa a la santidad del dios Yahvé y la transgresión de un orden sagrado, o de unas órdenes sagradas. Degollar a un inocente, es indigno para Ezequiel, sobre todo por la profanación del templo que ello ocasiona. Se explica así, la responsabilidad enorme que recae sobre los sacerdotes, guardianes del templo. Para el hebreo había lo puro y lo impuro y Yahvéh era quien definía la esfera de lo santo a lo puro, lo impuro y profano. El problema era saber por dónde corría o cuál era la relación de Israel con el dios Yahvé. Porque el pueblo judía debía ir siempre en marcha, y Yahvé con él alumbrándole el camino.
No basta con señalar que lo que define la santidad en Israel es su relación con Yahvé. Hay que tener en cuenta, la jerarquía de valores de santidad y pureza, impureza y profanidad. De esta forma lo santo es el valor absoluto. Y toda purificación está al servicio de la santificación. La pureza está en apartarse de lo impuro, porque desagrada a Yahvéh y además hay que agradar a Yahvé en la santidad. Por esto Ezequiel denuncia con vehemencia las impurezas y abominaciones de Israel.
No se puede decir que Ezequiel sea un predicador moralizante, sino un predicador de las costumbres buenas de los hombres ante Yahvé.
Para descubrir y denunciar el pecado, el profeta dispone de una serie de criterios que le ofrece la tradición sacerdotal: los mandamientos de la Ley. Así, los mandamientos eran dados y recibidos como señal visible de pertenencia al pecado de Yahvé. Como resultado de un examen de conciencia, tras reconocer lo impuro y malo a los ojos de Yahvéh, el profeta debe predecir la destrucción a la ciudad sanguinaria por estar contaminada.
Ezequiel cumplía su oficio encomendado de profeta, que anuncia la ruina del templo y de guardián del santuario donde mora la gloria de Yahvéh. Entonces la gloria y la santidad de Yahvé, habitaban en medio de su pueblo para procurarle la vida. Después de todo, el nombre de Yahvéh, es un nombre de gracia y perdón.
Con el destierro como castigo, Yahvé pretendía purificar, santificar y renovar a Israel. La santidad al hombre mismo es en definitiva lo único que hace honor al hombre de Yahvé, porque no obliga a éste a recurrir al castigo.
Al sentir Ezequiel el peso crítico de la comunidad desterrada por Yahvé, responde al pueblo: “el que muera, será por su propia culpa...”. Es interesante el contraste de Ezequiel de lo individual a lo comunitario. Por una parte trata de la responsabilidad y libertad personales y por otra, emite juicios globales y de grandes secuencias históricas.
En el espíritu hebreo parece coexistir dos esquemas de pensamiento; análogos a los siguientes enunciados:
Justicia electiva: Yahvé escoge un pueblo, le da una ley y lo bendice. Lo castiga de manera pedagógica para provocar el arrepentimiento. Este sistema concierne al pueblo.
Justicia retributiva: Se cuenta la observancia y las transgresiones sin dejar de ser un don divino, es un programa humano de acciones meritorias y satisfacción por los pecados, y su juicio particular sobre unas y otras. Este sistema concierne al individuo.
Finalmente a Ezequiel se le ha llamado el “padre del judaísmo”, por haber inspirado y orientado, con su visión sacerdotal de Israel futuro, la resurrección posexílica y la existencia ulterior del pueblo judío. La temática teológica del profeta anteriormente mencionada, justifica en buena parte este apelativo
Ezequiel fue un sacerdote y profeta hebreo, exiliado a Babilonia, que ejerció su ministerio entre el 595 y el 570 a. C., durante el cautiverio de Israel en Babilonia. A diferencia de otros profetas, Ezequiel decía captar importantes revelaciones en forma de visiones simbólicas de parte del Dios Yahvé. Ezequiel se caracteriza por las descripciones detalladas de sus... visiones.
Sus profecías advirtieron de la destrucción inminente de Jerusalén y también sobre la condenación de las naciones extranjeras y de la restauración de Israel.
Ezequiel vivió en la misma época de los profeta Jeremías, Daniel y Esdras. Estaba casado, era hijo de Buzí, de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá (597 a. C.) e internado en la región de Caldea, en el actual Tel-Aviv a orillas del río Cobar o Queb-ar. Cinco años después, a los treinta de su edad, Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años, es decir hasta el año 570 a. C.
A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar esperanzas de que el cautiverio terminaría pronto y de que el Dios Yahvé no permitiría la destrucción de la santa ciudad de Jerusalén y de su Templo, hechos que ya habían sucedido.
Había, además, falsos profetas. Estos engañaban al pueblo prometiéndole, en un futuro cercano, el retorno al país de sus padres. Tanto mayor fue el desengaño de los infelices cuando llegó la noticia de la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo. No pocos perdieron la fe y cayeron en la desesperación.
La labor del profeta Ezequiel consistió, principalmente, en someter a la amonestación, llamar al arrepentimiento, y combatir el paso de los judíos a la religión de los conquistadores. Predicó contra la corrupción moral y la práctica de costumbres babilónicas (que él consideraba bárbaras). Y proclamó contra ideas erróneas acerca del pronto viaje de retorno a Jerusalén. Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas del tiempo mesiánico.
El libro se divide en un prólogo, que relata el llamamiento del profeta (caps. 1-3), y tres partes principales. La primera (caps. 4-24) comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda (caps. 25-32), el castigo de los pueblos enemigos de Judá; la tercera (caps. 33-48), la restauración. Es notable la última sección del profeta (40-48) en que nos describe de manera verdaderamente geométrica la restauración de Israel después del cautiverio: el Templo, la ciudad, sus arrabales y la tierra toda de Palestina repartida por igual entre las doce tribus.
Las profecías de Ezequiel descuellan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera que San Jerónimo las llama "mar de la palabra divina" y "laberinto de los secretos de Dios".
Israel está en pie de guerra y el Dios Yahvé ha puesto al profeta como centinela para dar la voz de alarma ante el peligro.
Ezequiel carga con la responsabilidad del pueblo entero. Ningún profeta siente una necesidad tan imperiosa de entregarse al examen detenido de ciertos problemas y de poner en claro todas sus implicaciones; en una palabra, Ezequiel es no solo profeta sino también teólogo.
Es significativa la forma como Ezequiel recibe en el momento de su vocación el mensaje que ha de transmitir: una mano le alarga el libro con lo que debe predicar.
Con su palabra y con su silencio, Ezequiel fue el advertidor de Israel rebelde. Todo pueblo tiene en su historia un pecado continuo, pero lo interesante es la idea que este profeta tiene del pecado. Pecado es la ofensa a la santidad del dios Yahvé y la transgresión de un orden sagrado, o de unas órdenes sagradas. Degollar a un inocente, es indigno para Ezequiel, sobre todo por la profanación del templo que ello ocasiona. Se explica así, la responsabilidad enorme que recae sobre los sacerdotes, guardianes del templo. Para el hebreo había lo puro y lo impuro y Yahvéh era quien definía la esfera de lo santo a lo puro, lo impuro y profano. El problema era saber por dónde corría o cuál era la relación de Israel con el dios Yahvé. Porque el pueblo judía debía ir siempre en marcha, y Yahvé con él alumbrándole el camino.
No basta con señalar que lo que define la santidad en Israel es su relación con Yahvé. Hay que tener en cuenta, la jerarquía de valores de santidad y pureza, impureza y profanidad. De esta forma lo santo es el valor absoluto. Y toda purificación está al servicio de la santificación. La pureza está en apartarse de lo impuro, porque desagrada a Yahvéh y además hay que agradar a Yahvé en la santidad. Por esto Ezequiel denuncia con vehemencia las impurezas y abominaciones de Israel.
No se puede decir que Ezequiel sea un predicador moralizante, sino un predicador de las costumbres buenas de los hombres ante Yahvé.
Para descubrir y denunciar el pecado, el profeta dispone de una serie de criterios que le ofrece la tradición sacerdotal: los mandamientos de la Ley. Así, los mandamientos eran dados y recibidos como señal visible de pertenencia al pecado de Yahvé. Como resultado de un examen de conciencia, tras reconocer lo impuro y malo a los ojos de Yahvéh, el profeta debe predecir la destrucción a la ciudad sanguinaria por estar contaminada.
Ezequiel cumplía su oficio encomendado de profeta, que anuncia la ruina del templo y de guardián del santuario donde mora la gloria de Yahvéh. Entonces la gloria y la santidad de Yahvé, habitaban en medio de su pueblo para procurarle la vida. Después de todo, el nombre de Yahvéh, es un nombre de gracia y perdón.
Con el destierro como castigo, Yahvé pretendía purificar, santificar y renovar a Israel. La santidad al hombre mismo es en definitiva lo único que hace honor al hombre de Yahvé, porque no obliga a éste a recurrir al castigo.
Al sentir Ezequiel el peso crítico de la comunidad desterrada por Yahvé, responde al pueblo: “el que muera, será por su propia culpa...”. Es interesante el contraste de Ezequiel de lo individual a lo comunitario. Por una parte trata de la responsabilidad y libertad personales y por otra, emite juicios globales y de grandes secuencias históricas.
En el espíritu hebreo parece coexistir dos esquemas de pensamiento; análogos a los siguientes enunciados:
Justicia electiva: Yahvé escoge un pueblo, le da una ley y lo bendice. Lo castiga de manera pedagógica para provocar el arrepentimiento. Este sistema concierne al pueblo.
Justicia retributiva: Se cuenta la observancia y las transgresiones sin dejar de ser un don divino, es un programa humano de acciones meritorias y satisfacción por los pecados, y su juicio particular sobre unas y otras. Este sistema concierne al individuo.
Finalmente a Ezequiel se le ha llamado el “padre del judaísmo”, por haber inspirado y orientado, con su visión sacerdotal de Israel futuro, la resurrección posexílica y la existencia ulterior del pueblo judío. La temática teológica del profeta anteriormente mencionada, justifica en buena parte este apelativo