Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, 29-4-2013
Catalina Benincasa nació en Siena el 25 de marzo de 1347. Era la hija número 24 de un total de 25 (su hermana gemela Giovanna, la vigésimocuarta, vivió unos pocos meses) de Jacobo Benincasa, tintorero de pieles, y de Lapa Piagenti (o Piacenti), hija de un poeta local.
Pertenecía a una familia de la clase media-baja de la sociedad,... compuesta básicamente por fontaneros y notarios, conocida como "la fiesta de los 12", quienes entre una revolución y otra, gobernaron en la república de Siena desde 1355 a 1368.
Sus hermanos la apodaron como Eufrosina. Catalina no tuvo una educación formal; desde temprana edad mostró su gusto por la soledad y la oración, creciendo la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición, por lo que se consagró a la mortificación e hizo voto de castidad.
A los doce años sus inadvertidos padres comenzaron a hacer planes de matrimonio para Catalina, pensando en casarla con un hombre rico, pero ella reaccionó manifestando que se había prometido a Dios, cortándose todo su cabello y encerrándose, con un velo sobre su cabeza. Con objeto de persuadirla en que cediese de sus propósitos, sus padres la obligaron a realizar fatigosas tareas domésticas, sin embargo Catalina se encerró más en sí misma, aún más convencida. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar. Sólo un evento inusual, una paloma que se posó en la cabeza de Catalina mientras oraba, convenció a Jacobo de la sincera vocación de su hija.
A los dieciocho años tomó el hábito de la Orden Tercera de los dominicos, comenzando una vida de penitencia muy rigurosa. Se sometía al cilicio (hoy visible en la iglesia de Santa Catalina de la Noche, parte del complejo de Santa María de la Escala) y a prolongados períodos de ayuno, sólo alimentada por la Eucaristía. Para vencer la repugnancia hacia un leproso maloliente, se inclinó y le besó las llagas. En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario.
Seguramente en los carnavales de 1366 vivió lo que describió en sus cartas como un "Matrimonio Místico" con Jesús, en la basílica de Santo Domingo de Siena, teniendo diversas visiones como la de Jesucristo en su trono con San Pedro y San Pablo, después de las cuales comenzó a enfermar cada vez más y a demostrar aún más su amor a los pobres. Esto no se debió a fantasías infantiles, sino que era el comienzo de una extraordinaria experiencia mística, como se pudo comprobar después. Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpe de Estado.
Sus hagiógrafos sostienen que en 1370 recibió una serie de visiones del infierno, el purgatorio y el cielo, después de las cuales escuchó una voz que le mandaba a salir de su retiro y entrar a la vida pública. Comenzó a escribir cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones, manteniendo correspondencia con la principales autoridades de los actuales territorios de Italia, rogando por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del papa a Roma desde Aviñón. Mantuvo de hecho correspondencia con el papa Gregorio XI, emplazándolo a reformar la clerecía y la administración de los Estados Pontificios.
Durante el tiempo que duró la peste de 1374, Catalina acudió al socorro de los desgraciados, sin mostrarse jamás cansada, y aún, si según los historiadores de su época, operó algunos milagros. Poco después, el 1 de abril de 1375 en Pisa, Catalina recibió los denominados estigmas invisibles, de modo que sentía el dolor pero no eran visibles las llagas externamente.
Su valiente compromiso social y político suscitó no pocas perplejidades entre sus mismos superiores y tuvo que presentarse ante el capítulo general de los dominicos, que se celebró en Florencia en mayo de 1377, para explicar su conducta.
Lo que más maravilla en la vida de Santa Catalina de Siena no es tanto el papel insólito que desempeñó en la historia de su tiempo, sino el modo exquisitamente femenino con que lo desempeñó. Al Papa, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”, le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Aviñón y regresar a Roma, con palabras humanísimas como éstas: “ ¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”. A un joven condenado a muerte y a quien ella había acompañado hasta el patíbulo, le dijo en el último instante: “ ¡a las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la vida duradera”.
Pero la voz sumisa de la mujer cambiaba de tono y se traducía frecuentemente en ese “yo quiero” que no admitía tergiversaciones cuando entraba en juego el bien de la Iglesia y la concordia de los ciudadanos.
En junio de 1376 Catalina fue enviada a Aviñón como embajadora de la República de Florencia, con el fin de lograr la paz de dicha república con los Estados Pontificios y el Papa mismo. La impresión que causó Catalina en el Papa significó el retorno de éste a Roma el 17 de enero de 1377.
Más feliz en otras ciudades de Italia, afirmó en ellas su fidelidad a la Santa Sede. Respondió a las cuestiones capciosas de algunos sabios y de varios obispos, de un modo que los confundió. Tras grandes trabajos e inmensas dificultades, reconcilió a los florentinos con el papa Urbano VI, sucesor de Gregorio XI, colgando el 18 de julio de 1378 una rama de olivo en el Palacio en señal de paz.
Se retiró luego a la más profunda soledad; pero de allí hubo de sacarla el Cisma de Occidente. Apoyó al papa romano Urbano VI, quien la convocó a Roma, donde vivió hasta su muerte el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años, a consecuencia de un ataque de apoplejía. Fue sepultada en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma; su cráneo fue llevado a la iglesia de Santo Domingo de Siena en 1384 y un pie se encuentra en Venecia.
Como no sabía leer ni escribir, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, comenzó a decir a varios amanuenses sus cartas, afligidas y sabias, dirigidas a Papas, reyes, jefes y a humilde gente del pueblo. Aunque analfabeta dictó un maravilloso libro titulado “Diálogo de la Divina Providencia”, llamado simplemente “Diálogo”, escrito durante cinco días de éxtasis religioso, del nueve al catorce de octubre de 1378, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación; 26 Oraciones; y 381 cartas, grandes trabajos de la literatura toscana vernácula, consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica, donde expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes.
Entre los principales seguidores de Catalina, se encontraban su confesor y biógrafo, posteriormente general de los dominicos, fray Raimundo de las Viñas, de Capua (fallecido en 1399) y Estefano de Corrado Maconi (fallecido en 1424), quien fue uno de sus secretarios, y se convirtió luego en Prior General de los Cartujos. El libro de Raimundo sobre la vida de Catalina, la "Leyenda", fue terminado en 1395. Una segunda versión de la vida de Catalina, el "Suplemento", fue escrito unos años después por otro de sus seguidores, fray Tomás Caffarini (muerto en 1434), quien posteriormente escribió también la "Leyenda Menor", libro que fue traducido al italiano por Estefano Maconi.
Pío II la declaró santa el 29 de abril de 1461. Inicialmente, se la conmemoraba el mismo día de su muerte, el 29 de abril. En 1628 Urbano VIII la movió al día siguiente, para no superponer la fiesta con la de san Pedro de Verona, hasta que en 1969 volvió a su fecha primitiva.
En 1939 Pío XII la declaró patrona principal de Italia, junto a San Francisco de Asís.
El 4 de octubre de 1970 Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia, siendo la segunda mujer en obtener tal distinción (después de Santa Teresa de Jesús y antes de Santa Teresita del Niño Jesús). Ellas tres son las únicas mujeres que ostentan este título.
El 1 de octubre de 1999, bajo el pontificado de Juan Pablo II, se convirtió en una de las Santas Patronas de Europa.
Además Santa Catalina tiene los siguientes patronatos: contra los incendios; contra los males corporales; contra la enfermedad; contra los abortos involuntarios; contra las tentaciones; Allentown, Pennsylvania; para la prevención de incendios; de los bomberos; de las enfermeras; de las personas ridiculizadas por su piedad y de los enfermos. Es además protectora del pontificado.
Catalina Benincasa nació en Siena el 25 de marzo de 1347. Era la hija número 24 de un total de 25 (su hermana gemela Giovanna, la vigésimocuarta, vivió unos pocos meses) de Jacobo Benincasa, tintorero de pieles, y de Lapa Piagenti (o Piacenti), hija de un poeta local.
Pertenecía a una familia de la clase media-baja de la sociedad,... compuesta básicamente por fontaneros y notarios, conocida como "la fiesta de los 12", quienes entre una revolución y otra, gobernaron en la república de Siena desde 1355 a 1368.
Sus hermanos la apodaron como Eufrosina. Catalina no tuvo una educación formal; desde temprana edad mostró su gusto por la soledad y la oración, creciendo la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición, por lo que se consagró a la mortificación e hizo voto de castidad.
A los doce años sus inadvertidos padres comenzaron a hacer planes de matrimonio para Catalina, pensando en casarla con un hombre rico, pero ella reaccionó manifestando que se había prometido a Dios, cortándose todo su cabello y encerrándose, con un velo sobre su cabeza. Con objeto de persuadirla en que cediese de sus propósitos, sus padres la obligaron a realizar fatigosas tareas domésticas, sin embargo Catalina se encerró más en sí misma, aún más convencida. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar. Sólo un evento inusual, una paloma que se posó en la cabeza de Catalina mientras oraba, convenció a Jacobo de la sincera vocación de su hija.
A los dieciocho años tomó el hábito de la Orden Tercera de los dominicos, comenzando una vida de penitencia muy rigurosa. Se sometía al cilicio (hoy visible en la iglesia de Santa Catalina de la Noche, parte del complejo de Santa María de la Escala) y a prolongados períodos de ayuno, sólo alimentada por la Eucaristía. Para vencer la repugnancia hacia un leproso maloliente, se inclinó y le besó las llagas. En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario.
Seguramente en los carnavales de 1366 vivió lo que describió en sus cartas como un "Matrimonio Místico" con Jesús, en la basílica de Santo Domingo de Siena, teniendo diversas visiones como la de Jesucristo en su trono con San Pedro y San Pablo, después de las cuales comenzó a enfermar cada vez más y a demostrar aún más su amor a los pobres. Esto no se debió a fantasías infantiles, sino que era el comienzo de una extraordinaria experiencia mística, como se pudo comprobar después. Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpe de Estado.
Sus hagiógrafos sostienen que en 1370 recibió una serie de visiones del infierno, el purgatorio y el cielo, después de las cuales escuchó una voz que le mandaba a salir de su retiro y entrar a la vida pública. Comenzó a escribir cartas a hombres y mujeres de todas las condiciones, manteniendo correspondencia con la principales autoridades de los actuales territorios de Italia, rogando por la paz entre las repúblicas de Italia y el regreso del papa a Roma desde Aviñón. Mantuvo de hecho correspondencia con el papa Gregorio XI, emplazándolo a reformar la clerecía y la administración de los Estados Pontificios.
Durante el tiempo que duró la peste de 1374, Catalina acudió al socorro de los desgraciados, sin mostrarse jamás cansada, y aún, si según los historiadores de su época, operó algunos milagros. Poco después, el 1 de abril de 1375 en Pisa, Catalina recibió los denominados estigmas invisibles, de modo que sentía el dolor pero no eran visibles las llagas externamente.
Su valiente compromiso social y político suscitó no pocas perplejidades entre sus mismos superiores y tuvo que presentarse ante el capítulo general de los dominicos, que se celebró en Florencia en mayo de 1377, para explicar su conducta.
Lo que más maravilla en la vida de Santa Catalina de Siena no es tanto el papel insólito que desempeñó en la historia de su tiempo, sino el modo exquisitamente femenino con que lo desempeñó. Al Papa, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”, le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Aviñón y regresar a Roma, con palabras humanísimas como éstas: “ ¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”. A un joven condenado a muerte y a quien ella había acompañado hasta el patíbulo, le dijo en el último instante: “ ¡a las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la vida duradera”.
Pero la voz sumisa de la mujer cambiaba de tono y se traducía frecuentemente en ese “yo quiero” que no admitía tergiversaciones cuando entraba en juego el bien de la Iglesia y la concordia de los ciudadanos.
En junio de 1376 Catalina fue enviada a Aviñón como embajadora de la República de Florencia, con el fin de lograr la paz de dicha república con los Estados Pontificios y el Papa mismo. La impresión que causó Catalina en el Papa significó el retorno de éste a Roma el 17 de enero de 1377.
Más feliz en otras ciudades de Italia, afirmó en ellas su fidelidad a la Santa Sede. Respondió a las cuestiones capciosas de algunos sabios y de varios obispos, de un modo que los confundió. Tras grandes trabajos e inmensas dificultades, reconcilió a los florentinos con el papa Urbano VI, sucesor de Gregorio XI, colgando el 18 de julio de 1378 una rama de olivo en el Palacio en señal de paz.
Se retiró luego a la más profunda soledad; pero de allí hubo de sacarla el Cisma de Occidente. Apoyó al papa romano Urbano VI, quien la convocó a Roma, donde vivió hasta su muerte el 29 de abril de 1380, a la edad de treinta y tres años, a consecuencia de un ataque de apoplejía. Fue sepultada en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma; su cráneo fue llevado a la iglesia de Santo Domingo de Siena en 1384 y un pie se encuentra en Venecia.
Como no sabía leer ni escribir, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, comenzó a decir a varios amanuenses sus cartas, afligidas y sabias, dirigidas a Papas, reyes, jefes y a humilde gente del pueblo. Aunque analfabeta dictó un maravilloso libro titulado “Diálogo de la Divina Providencia”, llamado simplemente “Diálogo”, escrito durante cinco días de éxtasis religioso, del nueve al catorce de octubre de 1378, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación; 26 Oraciones; y 381 cartas, grandes trabajos de la literatura toscana vernácula, consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica, donde expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes.
Entre los principales seguidores de Catalina, se encontraban su confesor y biógrafo, posteriormente general de los dominicos, fray Raimundo de las Viñas, de Capua (fallecido en 1399) y Estefano de Corrado Maconi (fallecido en 1424), quien fue uno de sus secretarios, y se convirtió luego en Prior General de los Cartujos. El libro de Raimundo sobre la vida de Catalina, la "Leyenda", fue terminado en 1395. Una segunda versión de la vida de Catalina, el "Suplemento", fue escrito unos años después por otro de sus seguidores, fray Tomás Caffarini (muerto en 1434), quien posteriormente escribió también la "Leyenda Menor", libro que fue traducido al italiano por Estefano Maconi.
Pío II la declaró santa el 29 de abril de 1461. Inicialmente, se la conmemoraba el mismo día de su muerte, el 29 de abril. En 1628 Urbano VIII la movió al día siguiente, para no superponer la fiesta con la de san Pedro de Verona, hasta que en 1969 volvió a su fecha primitiva.
En 1939 Pío XII la declaró patrona principal de Italia, junto a San Francisco de Asís.
El 4 de octubre de 1970 Pablo VI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia, siendo la segunda mujer en obtener tal distinción (después de Santa Teresa de Jesús y antes de Santa Teresita del Niño Jesús). Ellas tres son las únicas mujeres que ostentan este título.
El 1 de octubre de 1999, bajo el pontificado de Juan Pablo II, se convirtió en una de las Santas Patronas de Europa.
Además Santa Catalina tiene los siguientes patronatos: contra los incendios; contra los males corporales; contra la enfermedad; contra los abortos involuntarios; contra las tentaciones; Allentown, Pennsylvania; para la prevención de incendios; de los bomberos; de las enfermeras; de las personas ridiculizadas por su piedad y de los enfermos. Es además protectora del pontificado.