Los primeros desenvolvimientos de la Guerra del Peloponeso no fueron favorables a los atenienses. De tal manera, hacia el 415 A. C. se propusieron realizar un gran movimiento estatégico y emprender la conquista de Sicilia construyendo una gran flota. Comandaba la flota Alcibíades, un alumno de Sócrates, que formaba parte de un grupo de jóvenes disolutos, ricos y aristócratas, que se caracterizaban por cuestionar las tradiciones.
Pocos días antes de la fecha de partida de la flota, ocurrió que al amanecer se advirtió en Atenas que todas las estatuas de los dioses habían sido mutiladas de sus órganos masculinos; lo que fue tomado como un presagio de derrota. Se culpó a Alcibíades, quien huyó a Esparta y se puso a su servicio. La expedición a Sicilia, fue un fracaso.
En el 411 A. C., Atenas enfrentó una conspiración de la cual resultó el gobierno de los Treinta Tiranos, entre ellos Critias y Carmónides. Su concepción era restablecer en Atenas el respeto a las tradiciones. En 432 A. C., al principio de la Guerra del Peloponeso, se había establecido en Atenas el delito de asébeia o impiedad, que consistía en poner en cuestión la existencia de los dioses. Esta ley se había aplicado a Anaxágoras y al gran escultor Fidias, autor de los principales templos de la ciudad. Al primero por impartir enseñanzas contrarias a la religión en cuanto al Sol y la Luna; y al segundo por haber pretendido divinizarse al representarse a sí mismo, en una estatua de un templo.
Por su calidad de ciudadano ateniense, parece que en varias oportunidades correspondió a Sócrates ocupar los cargos públicos anuales, que se elegían por sorteo. Cuenta Jenofonte que durante la Guerra del Peloponeso, habiendo sido derrotada la flota ateniense, Sócrates se opuso, en nombre de las leyes de la ciudad, a que se juzgara y condenara en conjunto a los jefes de la flota.
En 404 A. C., luego de la derrota por Esparta, el gobierno de los Treinta Tiranos dispuso detener a un ciudadano llamado León de Salamina; para lo cual, siguiendo las normas del caso, se designó por sorteo a 5 ciudadanos para ir a arrestarlo, entre ellos Sócrates que, sin cumplir con ello, se volvió a su casa. Sin embargo, al parecer eso no le ocasionó ningún contratiempo.
Finalmente, cinco años después los Treinta Tiranos habían sido derrocados por el partido democrático de Atenas; restableciendo las antiguas instituciones de la polis. Entre quienes más habían contribuído a ello, se contaba Anito. Según la versión de Jenofonte, Anito había hecho fortuna con una curtiembre que, como todas las actividades productivas atenienses, empleaba esclavos. También Anito tenía un hijo, y al parecer Sócrates le reprochaba la forma en que lo educaba, diciendo que lo estaba educando para ser un curtidor y no un ciudadano de Atenas.
Ante un tribunal de 501 ciudadanos atenienses elegidos por sorteo, Sócrates fue acusado por Meleto, “de no creer en los dioses en que cree la ciudad, de introducir divinidades nuevas, y de corromper a los jóvenes”. La acusación fue secundada por Licón y también por Anito, que parecería haber sido su promotor. Se le imputaba el delito de impiedad; en caso de ser hallado culpable, la sentencia era la muerte por medio de un veneno, la cicuta.
Nacido, criado, habitante y ciudadano de Atenas toda su vida, Sócrates era un personaje absolutamente conocido en la ciudad. La “corrupción de los jóvenes” que se le atribuía, no se refería a otra cosa que a su enseñanza contraria a las tradiciones. Según cuenta Jenofonte, cuando Sócrates demandó a su acusador que mostrara alguno de los por él corrompidos, Meleto mencionó a todos aquellos que había convencido a seguir su autoridad en vez de la de sus padres.
El proceso de Sócrates solamente es conocido por los relatos de Platón y Jenofonte, sus amigos, que por supuesto le tienen simpatía. En el relato de Platón, el discurso de defensa de Sócrates es la oportunidad de exponer su doctrina, según la cual la virtud, la justicia y la verdad no son cuestiones que puedan resolverse según las costumbres, sino conforme a las exigencias de la razón.
En la primer votación, 280 jurados lo consideraron culpable y 211 inocente. Se le requirió que propusiera una pena alternativa de la de muerte, como pagar una multa. Sócrates, considerando que su enseñanza había sido en bien de la ciudad, propuso que como a los campeones de las Olimpíadas, se le alojara en un palacio y la ciudad pagara su sustento. Cuando se hizo la votación acerca de la pena a aplicarle, 361 optaron por la pena de muerte, y 140 por la que Sócrates propusiera como alternativa.
La sentencia de muerte no podía ejecutarse en Atenas hasta que volviera el barco sagrado que había sido enviado a Delos para conmemorar el triunfo de Teseo sobre el Minotauro. Pasaron 30 días, durante los cuales sus amigos le instaron a fugarse bajo su protección; pero Sócrates sostuvo que el primer deber del ciudadano ateniense era respetar sus leyes.
Dicen sus cronistas, que cuando bebió la cicuta, a punto ya de morir, miró a su amigo Critón, y le dijo: “Le debo un gallo a Asclepio; no te olvides de pagárselo”.
Pocos días antes de la fecha de partida de la flota, ocurrió que al amanecer se advirtió en Atenas que todas las estatuas de los dioses habían sido mutiladas de sus órganos masculinos; lo que fue tomado como un presagio de derrota. Se culpó a Alcibíades, quien huyó a Esparta y se puso a su servicio. La expedición a Sicilia, fue un fracaso.
En el 411 A. C., Atenas enfrentó una conspiración de la cual resultó el gobierno de los Treinta Tiranos, entre ellos Critias y Carmónides. Su concepción era restablecer en Atenas el respeto a las tradiciones. En 432 A. C., al principio de la Guerra del Peloponeso, se había establecido en Atenas el delito de asébeia o impiedad, que consistía en poner en cuestión la existencia de los dioses. Esta ley se había aplicado a Anaxágoras y al gran escultor Fidias, autor de los principales templos de la ciudad. Al primero por impartir enseñanzas contrarias a la religión en cuanto al Sol y la Luna; y al segundo por haber pretendido divinizarse al representarse a sí mismo, en una estatua de un templo.
Por su calidad de ciudadano ateniense, parece que en varias oportunidades correspondió a Sócrates ocupar los cargos públicos anuales, que se elegían por sorteo. Cuenta Jenofonte que durante la Guerra del Peloponeso, habiendo sido derrotada la flota ateniense, Sócrates se opuso, en nombre de las leyes de la ciudad, a que se juzgara y condenara en conjunto a los jefes de la flota.
En 404 A. C., luego de la derrota por Esparta, el gobierno de los Treinta Tiranos dispuso detener a un ciudadano llamado León de Salamina; para lo cual, siguiendo las normas del caso, se designó por sorteo a 5 ciudadanos para ir a arrestarlo, entre ellos Sócrates que, sin cumplir con ello, se volvió a su casa. Sin embargo, al parecer eso no le ocasionó ningún contratiempo.
Finalmente, cinco años después los Treinta Tiranos habían sido derrocados por el partido democrático de Atenas; restableciendo las antiguas instituciones de la polis. Entre quienes más habían contribuído a ello, se contaba Anito. Según la versión de Jenofonte, Anito había hecho fortuna con una curtiembre que, como todas las actividades productivas atenienses, empleaba esclavos. También Anito tenía un hijo, y al parecer Sócrates le reprochaba la forma en que lo educaba, diciendo que lo estaba educando para ser un curtidor y no un ciudadano de Atenas.
Ante un tribunal de 501 ciudadanos atenienses elegidos por sorteo, Sócrates fue acusado por Meleto, “de no creer en los dioses en que cree la ciudad, de introducir divinidades nuevas, y de corromper a los jóvenes”. La acusación fue secundada por Licón y también por Anito, que parecería haber sido su promotor. Se le imputaba el delito de impiedad; en caso de ser hallado culpable, la sentencia era la muerte por medio de un veneno, la cicuta.
Nacido, criado, habitante y ciudadano de Atenas toda su vida, Sócrates era un personaje absolutamente conocido en la ciudad. La “corrupción de los jóvenes” que se le atribuía, no se refería a otra cosa que a su enseñanza contraria a las tradiciones. Según cuenta Jenofonte, cuando Sócrates demandó a su acusador que mostrara alguno de los por él corrompidos, Meleto mencionó a todos aquellos que había convencido a seguir su autoridad en vez de la de sus padres.
El proceso de Sócrates solamente es conocido por los relatos de Platón y Jenofonte, sus amigos, que por supuesto le tienen simpatía. En el relato de Platón, el discurso de defensa de Sócrates es la oportunidad de exponer su doctrina, según la cual la virtud, la justicia y la verdad no son cuestiones que puedan resolverse según las costumbres, sino conforme a las exigencias de la razón.
En la primer votación, 280 jurados lo consideraron culpable y 211 inocente. Se le requirió que propusiera una pena alternativa de la de muerte, como pagar una multa. Sócrates, considerando que su enseñanza había sido en bien de la ciudad, propuso que como a los campeones de las Olimpíadas, se le alojara en un palacio y la ciudad pagara su sustento. Cuando se hizo la votación acerca de la pena a aplicarle, 361 optaron por la pena de muerte, y 140 por la que Sócrates propusiera como alternativa.
La sentencia de muerte no podía ejecutarse en Atenas hasta que volviera el barco sagrado que había sido enviado a Delos para conmemorar el triunfo de Teseo sobre el Minotauro. Pasaron 30 días, durante los cuales sus amigos le instaron a fugarse bajo su protección; pero Sócrates sostuvo que el primer deber del ciudadano ateniense era respetar sus leyes.
Dicen sus cronistas, que cuando bebió la cicuta, a punto ya de morir, miró a su amigo Critón, y le dijo: “Le debo un gallo a Asclepio; no te olvides de pagárselo”.