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OCAÑA: Al obispo Cornelio le sucedió San Lucio I, y a este...

Al obispo Cornelio le sucedió San Lucio I, y a este San Esteban I, que mantuvo importante enfrentamiento con Cipriano: Esteban hizo uso —por primera vez en la historia de la Iglesia— de la pretensión de que la Iglesia de Roma no sólo tenía una autoridad moral sobre las restantes Iglesias de la cristiandad, sino de que además poseía una autoridad jurídica que le permitía imponerse sobre el resto de las iglesias del mundo. Esto llevó a una ruptura de las iglesias africanas con Roma que se mantuvo hasta la muerte de Esteban.
San Esteban quiso dominar al obispo de Cartago justificando la primacía de su obispado de Roma sobre los otros con el argumento del “Tu es Petrus” que se encuentra en el Evangelio de Mateo: (Mateo 16, 13-20), pero Cipriano respondió que, de acuerdo a las antiguas enseñanzas de la Iglesia todos los obispos eran iguales y cada uno de ellos la figura de Pedro, y por tanto cada obispo era sucesor de Pedro en su diócesis, en lo cual estuvieron de acuerdo en cuatro Concilios sucesivos todos los obispos de África, y las Iglesias de Asia Menor, encabezadas por la Metrópolis de Cesarea.
Cipriano confortó a sus hermanos escribiendo su De mortalitate, y en su De eleomosynis les exhortó a la caridad a los pobres, al tiempo que conducía su vida de forma recta. Defendió a la cristiandad y a los cristianos en su apología Ad Demetrianum, dirigida contra un tal Demetrio y el reproche de los paganos de que los cristianos eran la causa de las calamidades.
Cipriano tuvo que librar una nueva lucha a partir de 255, en la que se enfrentó al obispo romano Esteban I. La causa de la contienda fue la eficacia del bautismo en las formas convencionalmente aceptadas cuando era administrado por herejes.
Esteban declaró que el bautismo realizado por herejes era válido si se administraba en nombre de Cristo o de la santísima Trinidad. Esta era la visión de una importante parte de la Iglesia occidental. Cipriano, por otra parte, creía que fuera de la Iglesia no podía haber verdadero bautismo, considerando a los realizados por herejes nulos y vacíos, y bautizaba de nuevo a los que se unían a la Iglesia. Cuando los herejes habían sido bautizados en la Iglesia pero la habían dejado y deseaban volver en penitencia, no los rebautizaba.
La ajustada definición de Cipriano de la Iglesia llevó a ciertas inferencias que le convirtieron en el enlace entre su modelo, el rigorista Tertuliano, y la polémica donatista que dividió al norte de África más adelante y que trataba de la eficacia de la misa cuando la pronunciaba un sacerdote indigno.
La mayoría de los obispos norteafricanos se alinearon con Cipriano, y encontró un poderoso aliado en Firmiliano, obispo de Cesarea Marítima. Pero la postura de Esteban logró la aceptación general. Esteban empleó en sus cartas el argumento de la superioridad de la Santa Sede sobre los obispados de la toda la cristiandad. Cipriano contestó que la autoridad del obispo de Roma estaba coordinada con la suya, pero no era superior.
A finales de 256 se emprendió una nueva persecución de cristianos en tiempo del emperador Valeriano, y tanto Esteban como su sucesor Sixto II, fueron martirizados en Roma.
En África, Cipriano preparó a los fieles para el esperado edicto de persecución en su De exhortatione martyrii. El 30 de agosto de 257, ante el procónsul romano Aspasius Paternus se negó a realizar sacrificios a las deidades paganas y profesó firmemente su fe en Cristo.
El cónsul le desterró a Curubios. Tuvo una visión que le anunció su destino. Cuando hubo transcurrido un año fue llamado de vuelta y se le mantuvo prácticamente prisionero en su propia villa, en espera de medidas más severas tras la llegada de un nuevo edicto imperial que ordenaba la ejecución de todos los clérigos cristianos, de acuerdo con los testimonios de los escritores cristianos.
El 14 de septiembre de 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Valerio. Al día siguiente fue examinado por última vez y sentenciado a morir por la espada. Su única respuesta fue « ¡Gracias a Dios!».
Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
La ejecución tuvo lugar cerca de la ciudad. Una gran multitud había seguido a Cipriano en su último día. Se quitó sus prendas sin asistencia. El santo obispo se vendó él mismo los ojos, se arrodilló y rezó. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura cerca del lugar de la ejecución y sobre él, así como en el lugar de su muerte, se construyeron más tarde iglesias, que, sin embargo, fueron destruidas por los vándalos.
A los pocos días del martirio de Cipriano murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
Se dice que Carlomagno trasladó los huesos de San Cipriano a Francia, y en Lion, Arles, Venecia, Compiegne y Roenay aseguran que poseen reliquias del mártir.
Además de varias epístolas, que se recopilaron parcialmente junto con las respuestas de aquellos a los que escribía, Cipriano escribió varios tratados, algunos de los cuales tienen carácter de carta pastoral. Su obra más importante es su De unitate ecclesiae.
San Cipriano es el santo patrono de Argelia.