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OCAÑA: San Ignacio de Antioquía, 17-10-2013....

San Ignacio de Antioquía, 17-10-2013.
No se sabe en qué año nació Ignacio ni tampoco en qué lugar. Se desconoce todo sobre su familia y las circunstancias en las cuales conoció el cristianismo. Se ignora también cuál fue su trayectoria dentro de la Iglesia. Una leyenda del siglo X le supone discípulo de Jesucristo en la persona del niño que aparece como protagonista en el pasaje bíblico de Mateo 1...8.13: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».
La primera noticia de sólida apariencia es que fue obispo de la ciudad de Antioquía, en Asia Menor. Lo afirma el propio Ignacio en una de sus cartas. Lo aseveran Eusebio y otros Padres de la Iglesia, y así se le considera actualmente. No es un dato cualquiera, pues el episcopado de Antioquía era uno de los más prestigiosos de la cristiandad. Ignacio de Antioquía (Ιγνά&#964 ;ιος Αντιο χείας ) es uno de los Padres de la Iglesia y, más concretamente, uno de los Padres Apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles.
Antioquía de Siria, conocida también como Antioquía del Orontes, Antioquía «la Grande» o Antioquía «la Bella», era en aquella época una de las principales ciudades del Imperio romano y la tercera urbe más poblada, después de Roma y Alejandría. Su población se calcula en doscientos mil o incluso medio millón de habitantes. No tenía buena reputación pues gran parte de su economía estaba orientada al ocio y el disfrute. Su carácter libre y cosmopolita atraía a muchas gentes que emigraban de diversos lugares trayendo las costumbres y creencias de su lugar de origen. Se sabe por Flavio Josefo que había en la ciudad una sinagoga judía numerosa y antigua que gozaba de privilegios especiales.
Poco después de la muerte de Jesucristo, y marginados de esa sinagoga, se fundó en Antioquía otra comunidad religiosa, integrada por judeocristianos helenistas expulsados de Jerusalén. Según la tradición Bernabé, el apóstol, se encontraba entre ellos. Años después, Bernabé habría atraído a la ciudad a Pablo de Tarso, que pasó allí una parte prolongada de su vida, dejando una profunda huella de la que Ignacio es deudor.
Antioquía fue donde los seguidores de Cristo empezaron a llamarse "cristianos". De esa ciudad fue obispo San Ignacio durante 40 años y se hizo célebre porque cuando era llevado al martirio, en vez de sentir miedo, rogaba a sus amigos que le ayudaran a pedirle a Dios que las fieras no le fueran a dejar sin destrozar, porque deseaba ser muerto por proclamar su amor a Jesucristo.
Su arresto y ejecución se produjeron a comienzos del siglo II. El conocimiento sobre Ignacio se centra, por tanto, en el final de su vida, pero ello basta para hacer de él uno de los Padres Apostólicos mejor conocidos. Mandó el emperador Trajano que apresaran a todos los que no adoraran a los falsos dioses de los paganos. Como Ignacio se negó a adorar esos ídolos, fue llevado preso y entre el perseguidor y el santo se produjo el siguiente diálogo.
• ¿Por qué te niegas a adorar a mis dioses, hombre malvado?
•No me llames malvado. Más bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a Dios dentro de sí.
• ¿Y por qué no aceptas a mis dioses?
•Porque ellos no son dioses. No hay sino un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra. Y a su único Hijo Jesucristo, es a quien sirvo yo.
Aunque fue condenado en Siria y pudo ser ejecutado allí, el emperador ordenó que Ignacio fuera llevado a Roma y echado a las fieras, para diversión del pueblo.
Encadenado fue llevado preso en un barco desde Antioquía hasta Roma en un largo y penosísimo viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que se han hecho famosas. Iban dirigidas a las Iglesias de Asia Menor. San Ignacio dice en sus cartas que María Santísima fue siempre Virgen. Él es el primero en llamar Católica, a la Iglesia de Cristo (Católica significa: universal).
En una de esas cartas dice que los soldados que lo llevaban eran feroces como leopardos; que lo trataban como fieras salvajes y que cuanto más amablemente los trataba él, con más furia lo atormentaban.
El descubrimiento y la identificación de las cartas de Ignacio se produjeron a lo largo de los siglos XVI y XVII, tras un arduo y polémico proceso entre católicos y protestantes que continuó hasta el siglo XIX, en que se alcanzó un consenso sobre cuántas cartas, cuáles y en qué medida fueron escritas realmente por Ignacio. Desde entonces, la opinión mayoritaria, pero no indiscutida, es que Ignacio escribió cartas a las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia del Meandro, Trales, Roma, Filadelfia y Esmirna, además de una carta personal al obispo Policarpo de Esmirna, otro «Padre de la Iglesia» y también «Padre Apostólico». Los escritos de Ignacio están próximos en el tiempo a la redacción de los evangelios y una parte de la investigación ignaciana está centrada en esclarecer su relación con ellos. Las cartas ofrecen, además, valiosos indicios sobre la situación de las comunidades cristianas a finales del siglo I y comienzos del siglo II.
La información sobre la vida de Ignacio proviene principalmente de sus cartas. A través de ellas se conocen algunos datos fundamentales de su persona, como que era obispo de Antioquía o que fue condenado a morir en Roma. También se deduce de su lectura la dramática circunstancia en la que fueron redactadas: «Pues cuando oísteis que venía encadenado desde Siria en el nombre de Aquel que es nuestra esperanza, y que esperaba por vuestras oraciones llegar a Roma y triunfar sobre las fieras, y con ello hacerme discípulo, vinisteis a verme con premura...»
Las cartas de Ignacio están redactadas con un estilo libre y ardoroso que violenta el lenguaje con audaces construcciones que no se ciñen a las formas retóricas convencionales. Comienzan con un prescripto oriental, estructurado en forma de nomen-cognomen: «Ignacio, también llamado "Teoforo", a la Iglesia de...», término griego que significa «el portador de Dios», y que podría ser un sobrenombre o cognomen utilizado por Ignacio siguiendo los usos de la época. También podría ser una forma de referirse a sí mismo como discípulo de Cristo, ya que lo utiliza igualmente en una carta con ese otro sentido: «... vosotros sois compañeros de camino, portadores de Dios (teoforo)...»
Ignacio no pretendía informar en sus escritos sobre una situación que sus interlocutores ya conocían de primera mano, sino ofrecer consejo y reflexión. Pero las informaciones fragmentarias que sobre sí mismo fue dejando en sus cartas se han convertido, con el paso de los siglos y la ausencia de otras fuentes, en apuntes de inapreciable valor. Sus escritos no tienen, por tanto, un carácter biográfico, sino circunstancial, y hablan del encuentro de un obispo cristiano condenado a muerte y unas gentes que, atraídas por su fama, salieron a su paso a recibirle y hacer más llevadero su camino: «... incluso las iglesias que no estaban en el camino me escoltaban de pueblo en pueblo...»
Las cartas de Ignacio fueron el fruto de esos encuentros y testimonian sus preocupaciones y su agradecimiento. Si en un primer momento Ignacio fue recordado por su persona y por su historia, hoy se le recuerda principalmente por sus cartas. Sin ellas, apenas quedaría de él más que una leyenda.
Las cartas de Ignacio muestran afinidad con el evangelio de Mateo y también con el de Juan. También aparecen huellas de algunas cartas de Pablo.
La estela de Ignacio en la literatura cristiana, además de larga, empieza de forma inmediata. En el siglo III, Orígenes menciona a Ignacio en la Homilía VI sobre el Evangelio de Lucas y cita un pasaje de su «Carta a los efesios», ofreciendo además un dato biográfico que no viene en las cartas: «Bellamente se escribe en una de las cartas de un mártir. Me refiero a Ignacio que fue segundo obispo de Antioquía, después del bienaventurado Pedro».
Los testimonios llegaron a manos de Eusebio de Cesarea, que los consignó debidamente en su obra. También tuvo en su poder una copia de las cartas, según se desprende de los fragmentos que transcribe. Eusebio habla de Ignacio en dos capítulos de su «Historia Eclesiástica». También habla de Ignacio, entre otros, Jerónimo de Estridón (De viris illustribus 16), que no leyó nunca las cartas y repite la información de Eusebio adornándola según su peculiar estilo. Así por ejemplo, Jerónimo imagina que la frase «frumentum dei sum...» («trigo soy de Dios…») fue pronunciada por Ignacio en el circo romano, enfrente de las fieras, poco antes de morir.