Dos años pasaron y las guerras de Flandes acabaron, pero Diego no regresaba, pero Inés nunca desesperó y todos los días acudía al miradero en espera de ver aparecer a su amado. Un día vio aparecer un tropel de hombres a lo lejos que se acercaban a la muralla de la ciudad, y se encaminaban a la plaza del Cambrón, esta fue corriendo hacia allí a ver quienes eran como había hecho muchas otras veces, cuando allí llegó el corazón le palpito con fuerza, al frente del pelotón de hombre en cabeza iba Diego.
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Inés no cesaba de acudir ante Diego, unas veces con ruegos, otras con amenazas y muchas mas con llanto; pero el corazón del
joven capitán de lanceros era una dura
piedra y continuamente le rechazaba. En su desesperación solo vio un
camino para salir de la dura situación en que se encontraba, ya que en todas partes de la ciudad murmuraban sobre el caso de Diego e Inés, y fue acudir al gobernador de
Toledo que en esta caso era Don Pedro Ruiz de Alarcón y le pidió justicia. Don Pedro hizo acudir ante
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