VILLANUEVA DE ALCARDETE: ERAN LOS AÑOS SESENTA...

ERAN LOS AÑOS SESENTA
Aquella tarde del mes de septiembre, aquel joven con sus veintitrés años cumplidos, y el servicio militar terminado, regresaba de África, de la zona del Sahara, mejor dicho de Sidi Igni, donde se pasó año y medio, sin poder regresar a la Península, o sea a España. Al regresar hacia su tierra manchega, fue un camino de esperanza, ya que soñaba con poder de nuevo abrazar a su gran amor, la que el tenia por novia, y con la que soñaba poder hacerla su esposa para siempre, pero de la que apenas sabía nada, ya que la comunicación era más bien mala, y se perdían las cartas, y en aquellos años, la economía de la gente trabajadora, no daba para mucho. Su odisea de viaje fue lenta, vino en un barco de guerra de la Marina española hasta Cádiz, y desde allí en aquellos trenes que se perdían por los caminos de hierro, hasta llegar a su villa manchega. Donde esperaba que fuera recibido casi como un héroe, pero la realidad era muy distinta. Al llegar el coche de viajeros de aquella línea que le llevaba a su tierra, nadie le esperaba, y solo unos niños que jugaban alrededor de dicho autobús, se dieron cuenta de aquel joven, que parecía mucho mayor que la edad que de verdad tenía, algo le sorprendió, ya que un niño le dijo. “El que se fue a Melilla perdió la silla”. Aquellas frases le dieron que pensar, y muy pronto al llegar a su casa pudo salir de dudas. Su madre le informó que aquella novia estaba para casarse con otro hombre, quizá un poco mayor que ella, pero que tenían fecha de boda. El joven apretó los puños con rabia, y quiso gritar, pero se mantuvo lo más sereno posible, y en su mente se cruzaron cantidad de palabras mal sonantes, y ganas de ir a buscarla para decirla lo poco formal que había sido, pero trato de iniciar su propio camino, pensando en marcharse a trabajar a la ciudad que fuera, para olvidar aquellas ilusiones que tuvo en las horas bajas al lado del Desierto del Sahara. Pasadas las fechas de la vendimia, y sin poder estar en aquel ambiente de tensión, se decidió, marcharse para Madrid, y así dejar de ser la comidilla de los grupos de tertulianas, que recordaban día a día su presencia allí. Sus padres le entendían de sobra, Madrid podía ser la tierra prometida, y el lugar donde podría formar su familia, con otra mujer que no le traicionara. Aquel manchego toledano, pronto recupero las ganas de enamorarse, y ser un hombre con todas las de la ley, y así recuperar la tranquilidad que el soñaba sobre las arenas de Desierto, cuando se encontraba en Tiradores de Igni, haciendo guardias en la más terrible soledad y misterio. Su vida se realizó con suerte, pudiendo trabajar en una fábrica donde pudo ir subiendo de categoría, y dejando atrás aquel tiempo del servicio militar obligatorio, donde por su mala suerte, le tocó estar en el África Sahariano, con sus muchas ganas de volver a España, y ser un hombre sin miedo al futuro. Su vida incluso después de jubilarse, fue buena, tuvo una familia feliz y sin traiciones, y en su mente se fue borrando aquel amor de juventud, que quizá el Océano Atlántico se lo borró, y se quedó en la indiferencia.
G X Cantalapiedra…