Acuerdo para PYMES

BERCIAL DE ZAPARDIEL: RELATO SAN BLAS 2010 ...

RELATO SAN BLAS 2010
Bercial de Zapardiel (Ávila)
http://bercialdezapardiel. com/SA BLAS 2010/SAN BLAS 2010-REPOR-1. htm

POR BRUNO COCA

CENA QUINTOS/AS (1 de febrero)

Después de terminar con las pintadas callejeras, sobre las diez de la noche, más o menos, se iniciaba la celebración de la cena de Las Quintas/os 2010. Evento muy popular al que ahora acude todo el mundo: chicos y chicas, jóvenes y adolescentes, y hasta mayores de sesenta años. El más joven tenía13 años el mayor sesenta. Este año se pensaba que al coincidir la celebración de la cena en lunes acudiría menos gente a su celebración. Hasta tal punto estábamos convencidos de esa posibilidad que, como el año pasado se pusieron cuatro filas de mesas para poder sentar a todos los asistentes (74 en total), este año se había decidido suprimir una mesa, retirando la que está situada en el centro. Pero, sorpresa, cuando las tres filas colocadas, estaban llenas de personal, se comprobó que todavía faltaba sitio para quince o veinte personas más. Hubo que colocar de nuevo la fila del centro para sentar la mesa a todos los asistentes. Casi 60 personas, todo un record, si tenemos en cuenta el día que era. ¿Cómo se puede explicar esta masiva asistencia en un lunes? Yo creo que ha acudido más gente de la prevista, por una sencilla razón que hay que tener en cuenta: las quintas/os este año han sido siete, y es razonable que por cada quinto hayan asistido a acompañarles los padres, hermanos y amigos. A esto debemos de sumar los usuales de todos lo años y los residentes en Bercial.

El menú de la cena, como primer plato, sopa de pescado, y de segundo, carne asada de redondo de choto. Ingredientes habituales en las cenas de los últimos años. Después de dar fin con los suculentos manjares que las madres de los quintos/as nos han preparado (bueno, decir en honor a la verdad, que la sopa estaba estupenda y la carne deliciosa, un diez para las cocineras, que se lo merecen), tomamos de postre un helado contesa, el café, el chupito, el puro, y una copa más, a la que nos invitaron los quintos/as, y todo, por el módico precio de quince Euros.

Este año la cena ha transcurrido como estaba previsto. Sí que hemos echado de menos, como sucedía otros años (cuando la boca se calienta y lo efluvios etílicos empiezan hacer sus efectos) la lanzada de objetos de una mesa a otra, los cánticos a coro acompasados y acompañados por las palmadas sobre las mesas que hacen de caja de resonancia.

Es curiosa la distribución y colocación de los comensales en las mesas. Quien sea observador y se haya fijado en mis reportajes fotográficos y de vídeo de los últimos diez años, comprobará, que año tras año, coinciden en el mismo lugar del Bar, y sentados en las mesas, agrupados por edad o generación, o como integrantes de una peña; y al lado, de forma invariable, casi las mismas personas que el año anterior. Así podemos ver, en la fila que está junto a la ventana: a Teófilo y Manuel Díaz, Amancio, Julián García, Alfredo, Ignacio García e Ignacio Alonso, Heladio Serrano, Urbano Velázquez (que este año no ha podido estar, pero si que ha estado en las Viseras y San Blas), José Rodríguez, César Rodríguez, Nicolás (el médico) y Zoilo algunos años, yo mismo, y alguno más de mi generación que se sienta con nosotros cuando pueden venir a la cena. Otra fila de mesas de comensales habituales, es la que se sitúa junto a la barra del Bar, en la que se colocan los componentes de la peña La Última Generación como los hermanos Julio, David y Carlos García Redondo; Juanjo García, Gustavo y Jesús Barrios, Iván Hernáez y Víctor su primo; Ricardo Tellez, Francisco Díaz. En la mesa que está junto a la puerta de entrada: los quintos y las quintas más Fernando Coca, Juan Carlos García, Juan Carlos Rodríguez, Ana Díaz de la peña “KaosTotal”. Tampoco faltan a la cita jóvenes como Fernando Rodríguez, Juan Antonio Conde. En fin, gentes del pueblo de distintas generaciones, sin cuya participación activa, año tras año, independientemente de la edad o del sexo, la cena de los quintos, en el mejor de los casos, no sería la misma; o peor aún, y contemplado el peor de los escenarios; seguro que se habría dejado de celebrar hace años.

La "batalla de los cohetes"

Con la atmósfera del bar llena de alegría y de humo a rebosar, se retiran las mesas del bar. Es el momento en el que los quintos reparten entre los asistentes la docena de cohetes, que de inmediato, los más adictos a la pólvora, toman en sus manos y salen a la calle para tirarlos. Unos, los menos, los tiran de forma tradicional hacia arriba, los demás, desmonta el volador retirando las bombas y el elevador, de esta forma amplían por dos la duración y efectos del cohete.

Cuando está en su máximo apogeo la batalla que se forma con los cohetes, tirándoselos unos contra otros, en la calle no se ve nada de la humareda que se forma, y la atmósfera se hace irrespirable. Hay que tener mucha precaución si se sale del bar en ese momento, pues si no miras en qué dirección orientas tus pasos puedes encontrarte con una sorpresa. Y no sería la primera vez, como ya sucedió hace unos años, un cohete puede impactar contra la cara de los que se atreven a salir en el fragor de la refriega sin tomar precauciones. En el exterior la atmósfera está llena de humo saturada de olor a pólvora, hasta tal punto que hay momentos en los que es difícil ver a las personas; hay tal confusión que no sabes quien tira contra quien. A veces sólo ves cómo se cruza la estela de chispas destellante, de color amarillo, que dejan tras de sí los voladores que han salido desde la oscuridad, en direcciones opuestas, y sin ver quien los ha tirado, terminan impactando no se sabe donde ni contra quien.

LAS CENAS DE ANTES

A la Cena de los quintos hace unas décadas acudían los quintos del año, los del anterior y los del siguiente, más algunos mozos ya entrados en años y algún que otro adolescentes que por primera vez asistía a este acto como ceremonia iniciática para pasar de ese estado al de la juventud. Las chicas, por supuesto, tenían vetada la entrada a este “fiestorro” exclusivo. Pero bueno, sin justificarlo, hay que entenderlo, eran otros tiempos. Antes se podían reunir en la cena para acompañar a los quintos, 25 ó 30 mozos-jóvenes, en lo años buenos, cuando caía bien San Blas. Eran cenas más reducidas, más íntimas, pero vividas con la misma intensidad que las de ahora. El menú (entonces lo cocinaban los dueños de los bares) durante años y años se compuso en su primer plato de sopa de pescado, y de segundo, el famoso pollo en sus distintas variedades: guisado o asado, pan vino y gaseosa. Y después de la cena, por supuesto, el reparto de los cohetes. Creo que en dos ocasiones se ha cenado como segundo plato “borrega”, en la cena de Julián Rodríguez y, más recientemente, en la quinta de Gustavo Barrios y Julio García.

En la celebración de La Cena de mi quinta (el año 1978) repartimos una docena de cohetes por cabeza (de los “gordos”), y gastamos, si no recuerdo mal, 40 docenas. Los cohetes que tirábamos eran de mejor calidad, de una sola bomba, (entonces eran más baratos) y por lo tanto, mejores que los de ahora. Sonaban más y subían más alto, pero también eran más peligrosos.

En aquellos años ya se tiraban por el suelo; ya sabéis: montando la consabida batallita por cada calle, por cada esquina del pueblo, por cada rincón, tirándonos los cohetes unos contra otros. Como nos recorríamos todas las calles con este simulacro de batalla, todo el pueblo sentía y oía en vivo y en directo el desarrollo y pormenores del enfrentamiento.

El resultado, más de un año, con incidentes y accidentes lógicos de esta ruidosa y peligrosa actividad, (en la que su elemento fundamental es la pólvora) como quemaduras en las ropas, en la piel, con alguno que otro cohete que entraba por una ventana, con la rotura lógica de los cristales.

Un año tuvimos un disgusto muy serio, pues a Juanjo Serrano, cuando estaba tirando un cohete, y llevaba el resto sujetos con el antebrazo, una chispa prendió todos los cohetes, produciéndole unas quemaduras importantes de las que tardo tiempo en recuperarse. En definitiva, esta noche del día uno de febrero no sería la misma, no tendría el mismo atractivo, si al final de ella y como colofón no se sintiera el sonido estruendoso de los cohetes y de las bombas, si no viéramos el color del humo y oliéramos la esencia a pólvora en el ambiente; y todo envuelto, y aderezado, con el sonido y la algarabía de fondo de los cánticos de las quintas y quintos, que se va haciendo mas intenso a medida que aumenta la confusión con el ruido ensordecedor de los cohetes.

Un Saludo.

Bercial de Zapardiel, 24 de marzo de 2010