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HORCAJUELO: Si me hubiesen dicho que llegaría algún día que viendo...

Si me hubiesen dicho que llegaría algún día que viendo las calles de mi pueblo me costaría identificarlas, no me lo hubiera creído. Por eso he escogido esta foto para poder recordar en alto. En ella se identifican la Casa de de. Feliciano, la de la Maestra y la de tía Eugenia, y, como se puede apreciar una plaza perfectamente encementada.
¿Dónde se han ido las calles de tierra con sus pequeños regatos por donde discurrían en invierno y sobre todo en las tormentas veraniegas, aquellos torrentes de agua?
¿Y donde se han metido los “jardines” silvestres que había en todos lugares donde no se transitaba?
Se los ha tragado el cemento, como en otros lugares lo ha hecho el asfalto.
Las calles de Horcajuelo, hay que reconocerlo, eran anchas y espaciosas como las de pocos pueblos. Las casas estaban muy bien ordenadas formando plazas y calles perfectamente diferenciadas.
La primer casa que aparece a la izquierda de la foto es donde mas nidos de golondrinas había. Cuando éramos pequeños creíamos que los hacían ahí por que pensábamos que estos pajarillos eran protegidas de Dios, y la casa era de un Cura; Don Feliciano.
Cada vez que pasábamos hacia la escuela, o jugábamos en la plaza, podíamos observar los nidos que iniciaban y como iban avanzando en su construcción hasta finalizarlos. Quizás a alguien le pueda parecer un acto candoroso, si digo que aquello era bonito observarlo, pero es lo que era.
La verdad es que es una suerte nacer en un pueblo como Horcajuelo donde podías observar la ciencia, filosofía y teología de la vida, desde, los usos y costumbres de nuestros mayores hasta como hacían los nidos los pájaros, el estado de la naturaleza, (hoy se diría Medio Ambiente) en las distintas estaciones, etc.etc. No es extraño que antes se aprendiera a leer en los astros y en los elementos naturales para saber cual era el momento adecuado para las labores del campo.
La segunda casa que se ve era la que tenía asignada el pueblo para que residiera la maestra, aunque había algunas que se quedaban de pensión en casas particulares.
La tercera casa es la de tía Eugenia, podríamos afirmar sin ninguna sospecha a equivocarnos que esta casa era todo una institución, lo mismo se podía comprar aceite que alpargatas, galletas “El Reglero” que polvos de “Cruz Verde”, Chicharro en escabeche que salchichón, hilo para bordar que sogas para los trabajos del campo. Era de aquellas tiendas de los pueblos en las que había de todo y ¡no faltaba de nada! Todo lo que hiciera falta para la vida cotidiana en un pueblo como el nuestro ahí se podía comprar. Parece que fue ayer, cuando recuerdas el eco de la voz de la madre diciéndote: “Vete a casa de tía Eugenia a comprar una tableta de chocolate...” o cualquier otra cosa.
¡Ah! Y por supuesto era taberna, donde los mozos alternaban, hacían sus apuestas y charlas de sociedad. Allí era donde nos bebímos nuestras primeras gasesosas. “Konga”, por supuesto.
Alguien quizás piense que yo soy sobrino de “tía” Eugenia. No, no soy nada, y, ya es difícil no tener ningún parentesco aunque sea muy lejano con alguien del pueblo. Digo esto por el trato de “tía”, pero es que en Horcajuelo teníamos un trato de cortesía especial que yo creo no existía en ningún otro lugar. El trato de “tío” y “tía” para todos los vecinos del pueblo. La gente que llegaba de fuera, al principio se sorprendía pensando que todos éramos tíos y sobrinos.
Las CALLES de Horcajuelo eran nuestros patios de recreo, que digo nuestros patios, eran nuestro polideportivos, en ellas realizábamos todo los juegos y practicábamos todos los deportes, ¡era tan fácil dibujar cualquier tipo de cancha en la tierra para jugar! Pero lo que más me maravilla, recordándolo ahora, era la cantidad de juegos que se realizaban: “A Cadenas” que se iban cogiendo de la mano a medida que ibas atrapando a los demás; “al Pitajuelo” juego más de chicas; “ a la Chita o a la palmeta”; al Jilgue” en el césped del río; “al Escondite”; “al Pinpirigallo”; A “Dólar”; A la “Mula”... A la una anda la mula, a la dos le di la coz, a las tres los perritos san Andrés, a las cuatro brinco y salto... Así hasta dieciocho o diecinueve. Los mozos, los domingos por la tarde, solían jugar al “Tango” y a la “Calva”, que por cierto este último parece que se ha consolidado como juego autóctono regional, (no sé si ahora habría que decir típico autonómico o típico de cierta nacionalidad, -esto es broma, ¡por favor!, no quiero herir ningún tipo de sensibilidad ).
Toda esta variedad de juegos los realizábamos sin ningún tipo de instalación “faraónica” deportiva, -hoy día sería impensable- y, estoy convencido que nos servían además de para ponernos todos atléticos para desarrollar de una manera increíble nuestra inventiva juvenil.
Lo dejo aquí que si no alguien se puede cansar de tanto leer.
Besos y abrazos para todos.