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MESEGAR DE CORNEJA: FIEBRES TERCIANAS...

FIEBRES TERCIANAS
Nos tenemos que remontar a principios del siglo XX.
Estas fiebres se caracterizaban principalmente por que la fiebre tan alta que daba cada tres días.
En la información que he podido recopilar me han dicho que se las relaciona con la malaria o el paludismo.
Hablaré en primera persona ya que era mi abuelo Victorio quien las curaba en Mesegar y otros lugares aunque estuvieran a muchos kilómetros.
Él lo había aprendido a su vez, de su madre.
Él enseñó a mi madre (Julia) a curarlas, aunque ella nunca llegó a tener que hacerlo.
Lo primero que tenía que saber mi abuelo (Tío Conde), era el nombre y apellidos del enfermo.
Para curarlas era necesario hacerlo en el día que no le daba la fiebre al enfermo.
Debía realizarse a la salida o a la puesta del sol e ir hacía un charco de agua que “ni mane ni corra”, el agua debía ser de lluvia.
Antes de salir de casa cogía de la despensa un puñado de sal gorda, en cada mano.
No podía entretenerse, tenía que calcular bien el tiempo (el sol debía estar ocultándose o saliendo).
Mi abuelo iba siempre por un camino que se llamaba El Salidero, que va hacía las Vegas de Abajo. Como a medio camino estaba el charco a dónde él se dirigía.
Si se encontraba a alguien por el camino, habitualmente no le hablaban pues en el pueblo ya sabían lo que estaba haciendo.
Durante el recorrido tanto a la ida como a la vuelta no podía pisar agua, ni hablar con nadie.
Era una norma básica, muy importante.
Cualquier equivocación al enfermo le daba la fiebre al día siguiente mucho más alta y había que volver a empezar.
Cuando llegaba al charco se ponía de cara al sol y decía:
SOL: Pepito López García tiene tercianas, cúraselas.
Lo tenía que decir tres veces, a la tercera vez al decir: cúraselas, inmediatamente se volvía de espaldas al charco y con los brazos hacia atrás echaba la sal, diciendo a la vez que la dejaba caer: sal, queda con Dios.
De vuelta a su casa tenía que entrar por la misma puerta que había salido y sacudirse las manos en el cacharro de la sal.
Sabía que estaban curadas las fiebres cuando esa noche le daba a él la fiebre. No le podían engañar. Si le daba a él: enfermo curado.
Recuerda mi madre que un día curó unas por la mañana y otras por la tarde y esa noche se puso tan enfermo que hubo que llamar al médico.
El médico (D. Eleuterio), sabía perfectamente lo que hacía mi abuelo y jamás lo puso entredicho.
Todos estos datos me los anotó mi madre para que no se olviden.
Carmen