El
Castillo de Aunqueospese se encuentra a las afueras de la localidad de
Mironcillo, sobre los peñascales de las primeras estribaciones de la
sierra del Zapatero, asomado al
Valle Amblés. La fortaleza se alza a 1362 metros de altitud y se asoma al Valle de Amblés con la chulería sabia de su planta irregular, mimetizada con las
rocas donde se asienta.
En este castillo se combina el sillar, el sillarejo y la mampostería, distribuidos alternativamente en los dos recintos que lo conforman. El primer recinto defensivo es una barbacana que se traspasa por una
puerta conopial coronada por el
escudo de la
familia Dávila bajo alfiz, abrazado por dos potentes cubos, por donde accedemos al recinto interior, de mayor altura –la fortaleza en sí-, en el que se distinguen
patio de armas, caballerizas,
torre del
homenaje, un ala que contenía
salones y cocinas…
Si bien aparece atestiguada la presencia de un castillo anterior allá por los siglos XI y XII, ocupado por caballeros de
Ávila, expulsados de la ciudad, debió reformarse hasta tomar el aspecto actual del XV, que delatan sus troneras de ojo de cerradura invertida, las troneras-buzón y las airosas escaragüaitas o torrecillas colgadas del lienzo sobre ménsulas escalonadas.
Según la Crónica de la Población de Ávila, estos caballeros tuvieron en esta fortaleza, conocida entonces como castillo de Sotalvo, su centro de operaciones, desde donde dirigían violentas razzias contra Al Ándalus. Hubo de ser importante, pues se sabe que los musulmanes lo atacaron como réplica a las expediciones de castigo y saqueo que se mandaban desde esta fortaleza.
Como curiosidad para el visitante, no podemos olvidar la letrina de la cara oeste, un agujero redondo en el suelo de un torreoncillo saliente por donde los antiguos y no tan antiguos soltaban al vacío lo que otros no podían hacer por ellos. Pasó en 1740 a la
Casa de Medinaceli y en el siglo XX al común del
pueblo de Sotalvo, municipio que se domina desde la fortaleza y que lo cedió a Mironcillo a cambio de unos prados y pastizales en el Valle.
Un par de décadas atrás un particular lo compró y comenzó a restaurarlo, afirmó pisos de madera (y no fue mala idea) pero levantó algunos tabiques con bovedillas de cemento y cerró algunos techos con uralita, chapuzas y desmanes que detuvieron la
ruina pero que le valieron por parte de Patrimonio la prohibición de seguir adelante.
Sin ningún tipo de ayudas el hombre se cansó y actualmente Malqueospese, la atalaya del Valle de Amblés, se encuentra abandonado a una suerte que no quisiera llegar a ver, al tiempo que algún gracioso le dedica una mediocre pintada en sus ancianas
piedras. Aunque todo esto cabree al amante de estos
monumentos, y de éste, declarado
Monumento Histórico-
Artístico el 3-VI-1931, aún podemos subir a sus
torres por
escaleras de caracol y acceder a tramos del adarve, aunque puede resultar peligroso y haya que extremar las precauciones. Todavía sus muros hacen cara a los elementos y nos traen el eco de las glorias y las miserias que dentro de él se labraron, las leyendas que saben las abuelas, el amor imposible de Álvar Dávila y Guiomar de Zúñiga, amores de un tiempo tal vez real, tal vez soñado.
Cuentan las viejas consejas que allá por 1212 volvían las huestes de Ávila ebrias de gloria y sangre de la batalla de las Navas de Tolosa de combatir “como buenos” y que entraban en la ciudad tras los
pendones de su capitán, Don Álvar Dávila, señor de Sotalvo, jinete sobre un negro corcel, crecidos y vitoreados por el populacho. Y cuentan que de una
ventana lo miraron unos ojos negros de mujer morena con una sonrisa en los labios. Y que Don Álvar concluyó sin corazón su marcha triunfal, ¡lo había perdido en una sonrisa!
Nada menos que la hija del Corregidor, D. Diego de Zúñiga. Álvar, en un alarde, pediría su mano tras cometer todo tipo de desaguisados y atropellos por la ciudad y su tierra. Ella, como en todas estas historias, lo amaba como una posesa y no podía aceptar que su padre no sólo le negase el matrimonio con ella sino que además lo desterrara. El mozo se recluyó en su castillo de Sotalvo no sin antes soltar lo de “Mal que os pese la veré”.
Por las
noches hacía
hogueras en una torre del castillo para que su amada viera desde su
palacio de Ávila cómo ardía en deseos por ella. Las palomas cubrían la distancia con
mensajes de fidelidad, amor cortés, de pedir a Dios, … y creemos nosotros que también de lascivia (imaginaos que en un mundo en que las mujeres no enseñaban ni el tobillo cualquier leve insinuación le pondría a uno de lo más verraco). Un día una de estas “ratas del
cielo” heló la sangre de Alvarito con la noticia de que iban a casarla con otro en la basílica de
San Vicente.
Cuentan las viejas consejas que el
joven Dávila salió al galope de su fortaleza el día de la
boda con otros cuatro o cinco secuaces
camino de Ávila con la idea de raptar a Guiomar y desposarla en la pequeña
iglesia de Sotalvo y luego resistir hasta el fin, si los atacaban, tras los muros de Malqueospese.
La leyenda se pierde aquí. Para unos Álvar se plantó en la boda, hizo las paces con Don Diego y consiguió la mano de su hija. Para otros, el Dávila fracasó en su empresa, regresó al castillo, que recogió para siempre en sus piedras el eco de su dolor, y marchó poco después al frente con sus mesnadas, donde buscó la muerte y la encontró “peleando como bueno”.