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NARROS DEL CASTILLO (Avila)

Teatro del Castillo - Año 1951

La sandalia de Empédocles

1
Cuando Empédocles de Agrigento
hubo logrado los honores de sus conciudadanos
-y los achaques de la vejez-,
decidió morir. Pero como
amaba a algunos y era correspondido por ellos,
no quiso anularse en su presencia, sino que prefirió
entrar en la Nada.
Los invitó a una excursión. Pero no a todos:
se olvidó de algunos
para que la iniciativa
pareciera casual.
Subieron al Etna.
El esfuerzo de la ascensión
les imponía el silencio. Nadie dijo
palabras sabias. Ya arriba,
respiraron profundamente para recuperar el pulso normal,
gozando del panorama, alegres de haber llegado a la meta.
Sin que lo advirtieran, el maestro los dejó.
Al empezar a hablar de nuevo, no notaron
nada todavía; pero, a poco,
echaron de menos, aquí y allá, una palabra, y le buscaron
por los alrededores.
Él caminaba ya por la cumbre sin apresurarse. Sólo una vez
se detuvo: oyó
a lo lejos, al otro lado de la cima,
cómo la conversación se reanudaba. Ya no entendía
las palabras aisladas: había empezado la muerte.
Cuando estuvo ante el cráter
volvió la cabeza, no queriendo saber lo que iba a seguir,
pues ya no le atañía a él; lentamente, el anciano se inclinó,
se quitó con cuidado una sandalia y, sonriendo,
la arrojó unos pasos atrás, de modo
que no la encontraran demasiado pronto, sino en el
momento justo,
es decir, antes de que se pudriera. Entonces
avanzó hacia el cráter. Cuando sus amigos
regresaron sin él, tras haberle buscado,
a lo largo de semanas y meses, poco a poco, fue creándose
su desaparición, tal como él había deseado. Algunos
le esperaban todavía, otros
buscaban ya explicaciones. Lentamente, como se alejan
en el cielo las nubes, inmutables, cada vez más pequeñas, sin
embargo,
sin dejar de moverse cuando no se las mira y ya lejanas al mirarlas de nuevo, acaso confundidas con otras, así fue él alejándose suavemente de la costumbre.
Y fue naciendo el rumor
de que no había muerto, puesto que, se decía, no era mortal.
Le envolvía el misterio. Se llegó a creer
que existía algo fuera de lo terrenal, que el curso de las cosas
humanas
puede alterarse para un hombre. Tales eran las habladurías
que surgían.
Mas se encontró por entonces su sandalia, su sandalia de
cuero,
palpable, usada, terrena. Había sido legada a aquellos
que cuando no ven, en seguida empiezan a creer.
El fin de su vida
volvió a ser natural. Había muerto como todos los hombres.

2
Describen otros lo ocurrido
de forma diferente. Según ellos, Empédocles
quiso realmente asegurarse honores divinos;
con una misteriosa desaparición, arrojándose
de modo astuto y sin testigos en el Etna, intentó crear la
leyenda
de que él no era de especie humana, de que no estaba
sometido
a las leyes de la destrucción; pero, entonces,
su sandalia le gastó la broma de caer en manos de sus
semejantes.
(Algunos afirman, incluso, que el mismo cráter, enojado
ante semejante propósito, escupió sencillamente la sandalia
de aquel degenerado bastardo.) Pero nosotros preferimos
creer
que si realmente no se quitó la sandalia, lo que debió ocurrir
es
que se olvidaría de nuestra estupidez, sin pensar que
nosotros
en seguida nos apresuramos a oscurecer aún más lo oscuro
y antes que buscar una razón suficiente, creemos en lo
absurdo. Y la montaña, entonces
-aunque no indignada por aquel olvido ni creyendo
que Empédocles hubiera querido engañarnos para alcanzar
honores divinos
(pues la montaña ni tiene creencias ni se ocupa de nosotros),
pero sí escupiendo fuego como siempre-, nos arrojó
la sandalia, y de esta forma sus discípulos
-que ya estarían muy ocupados husmeando algún gran
misterio,
desarrollando alguna profunda metafísica¬
se encontraron, de repente, consternados, con la sandalia del
maestro entre las manos;
una sandalia de cuero, palpable, usada, terrena. ... (ver texto completo)
Seguiré poniendo esta obra que en su día se echó (como deciamos en aquellos años) en éste pueblo dirigida por mi padre.

Saludos para todo el foro.
CLOTALDO (Dentro CLOTALDO.)

Guardas desta torre,
que, dormidas o cobardes,
disteis paso a dos personas
que han quebrantado la cárcel... 280

ROSAURA Nueva confusión padezco.

SEGISMUNDO Este es Clotaldo, mi alcaide. ... (ver texto completo)
ROSAURA Con asombro de mirarte,
con admiración de oírte,
ni sé qué pueda decirte, 245
ni qué pueda preguntarte.
Sólo diré que a esta parte
hoy el cielo me ha guiado
para haberme consolado,
si consuelo puede ser, 250
del que es desdichado, ver
a otro que es más desdichado. ... (ver texto completo)
SEGISMUNDO Tu voz pudo enternecerme, 190
tu presencia suspenderme,
y tu respeto turbarme.
¿Quién eres? Que aunque yo aquí
tan poco del mundo sé,
que cuna y sepulcro fue 195
esta torre para mí;
y aunque desde que nací
(si esto es nacer) sólo advierto
este rústico desierto, ... (ver texto completo)
ROSAURA Temor y piedad en mí
sus razones han causado.

SEGISMUNDO ¿Quié[n] mis voces ha escuchado? 175
¿Es Clotaldo?

CLARÍN (Aparte.)

Di que sí.

ROSAURA No es sino un triste, ¡ay de mí!
que en estas bóvedas frías
oyó tus melancolías.

SEGISMUNDO (Ásela.)

Pues la muerte te daré, 180
porque no sepas que sé,
que sabes flaquezas mías.
Sólo porque me has oído,
entre mis membrudos brazos
te tengo de hacer pedazos. 185

-90-
CLARÍN Yo soy sordo, y no he podido
escucharte.

ROSAURA Si has nacido
humano, baste el postrarme
a tus pies para librarme. ... (ver texto completo)
(Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y a la luz, vestido de pieles.)

SEGISMUNDO ¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo
ya que me tratáis así,
qué delito cometí 105
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido ... (ver texto completo)
(Dentro SEGISMUNDO.)

SEGISMUNDO ¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!

ROSAURA ¡Qué triste voz escucho!
Con nuevas penas y tormentos lucho. 80

CLARÍN Yo con nuevos temores.

ROSAURA Clarín...

CLARÍN Señora...

ROSAURA Huigamos los rigores
desta encantada torre.

CLARÍN Yo aún no tengo
ánimo de huir, cuando a eso vengo.

ROSAURA ¿No es breve luz aquella 85

-86-
caduca exhalación, pálida estrella,
que en trémulos desmayos,
pulsando ardores y latiendo rayos,
hace más tenebrosa
la obscura habitación con luz dudosa? 90
Sí, pues a sus reflejos
puedo determinar (aunque de lejos)
una prisión obscura
que es de un vivo cadáver sepultura;
y porque más me asombre, 95
en el traje de fiera yace un hombre
de prisiones cargado,
y sólo de la luz acompañado.
Pues hüir no podemos,
desde aquí sus desdichas escuchemos; 100
sepamos lo que dice.

(Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y a la luz, vestido de pieles.) ... (ver texto completo)
CLARÍN O miente mi deseo,
o termino las señas. 55

ROSAURA Rústico nace entre desnudas peñas
un palacio tan breve
que el sol apenas a mirar se atreve;
con tan rudo artificio
la arquitectura está de su edificio 60
que parece, a las plantas
de tantas rocas y de peñas tantas ... (ver texto completo)
(Sale CLARÍN, gracioso.)

CLARÍN Di dos, y no me dejes
en la posada a mí cuando te quejes;
que si dos hemos sido 25
los que de nuestra patria hemos salido
a probar aventuras,
dos los que entre desdichas y locuras
aquí habemos llegado,
y dos los que del monte hemos rodado, 30 ... (ver texto completo)
[Jornada I]

Sale en lo alto de un monte ROSAURA en hábito de hombre, de camino, y en representando los primeros versos va bajando.

ROSAURA Hipogrifo violento,
que corriste parejas con el viento,
¿dónde rayo sin llama,

-82-
pájaro sin matiz, pez sin escama ... (ver texto completo)
Jura don Juan por su vida
Que nunca cena en su casa.
Y es que sin cenar se pasa
cuando otro no le convida.
(Villamediana)
A mi concretamente, me quedaban diez años para llegar.
Porfirio Perez era el barbero.
En este año, aún estaba yo por llegar.