Yo ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban
que todo había terminado;
la
estación amarilla diluida en la
noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el
tren que partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste
y jamás volverían a encontrarse;
... (ver texto completo)