Érase una vez un hombre muy anciano al que los ojos se le habían vuelto turbios, sordos los oídos y las rodillas le temblaban.
Cuando estaba sentado a la mesa y ya casi no podía sostener la cuchara, derramaba algo de sopa sobre el mantel y otro poco de sopa le volvía a salir también de la boca.
Su hijo y la esposa de su hijo sentían asco de ello y en consecuencia, el viejo abuelo hubo de sentarse, finalmente, en la
esquina detrás de la estufa. Le daban la
comida en un cuenco de barro, y ésta ni
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