H ubo un tiempo en que yo creí perdido todo.
Pero vuestra constancia no se enteró siquiera
y seguisteis viniendo a acariciar mi frente
y a decirme que el mundo seguía estando intacto.
Surgís difícilmente lentas, de dentro a fuera,
como torres de nubes que, imitando dragones,
se alzan en el ocaso, saliendo de sí mismas;
o como un sentimiento, tan nuestro y tan profundo,
que al subirlo a la boca va espeso del esfuerzo,
arrastrando en su parto los más hondos aromas.
¿Qué decís, qué decís, bocas de Dios infantes?
¡Cuánto trabajo os cuesta pronunciar la palabra
oliente y no entendida! Os morís, fatigadas,
cuando acaba, al decirla, vuestro oficio en la tierra.
Pero vuestra constancia no se enteró siquiera
y seguisteis viniendo a acariciar mi frente
y a decirme que el mundo seguía estando intacto.
Surgís difícilmente lentas, de dentro a fuera,
como torres de nubes que, imitando dragones,
se alzan en el ocaso, saliendo de sí mismas;
o como un sentimiento, tan nuestro y tan profundo,
que al subirlo a la boca va espeso del esfuerzo,
arrastrando en su parto los más hondos aromas.
¿Qué decís, qué decís, bocas de Dios infantes?
¡Cuánto trabajo os cuesta pronunciar la palabra
oliente y no entendida! Os morís, fatigadas,
cuando acaba, al decirla, vuestro oficio en la tierra.