Con el Domingo de Ramos
se abre la puerta de la Santa Semana,
y se cierra y encierra el alma
para ver pasar al Señor
por la ventana del silencio
y contemplar que sus pasos
se posan en quien le aclama y reclama.
Con el recuerdo de las Palmas,
aquellas que espigan de las entretelas,
la tela del calvario se clava mejor
en los labios del espíritu,
que es la que en verdad
nos habla y nos quita la sed.
Con la evocación de la Pasión,
el signo del amor se hace luz
y se deshacen las tinieblas.
Hemos ascendido por una alfombra
de versos a Jesús, aclamado primero,
y, luego, hemos descendido a un mundo
de Judas, que le condena después.
Este es el verdadero poema:
“Mira que estoy a la puerta y llamo”.
Quién no lo vea, mírese por dentro.
Quién se vea por dentro, compártalo.
Que un corazón que comparte
es un corazón que profesa
la procesión de la alegría pascual;
llevando su cruz,
con la cruz de la esperanza
se abre la puerta de la Santa Semana,
y se cierra y encierra el alma
para ver pasar al Señor
por la ventana del silencio
y contemplar que sus pasos
se posan en quien le aclama y reclama.
Con el recuerdo de las Palmas,
aquellas que espigan de las entretelas,
la tela del calvario se clava mejor
en los labios del espíritu,
que es la que en verdad
nos habla y nos quita la sed.
Con la evocación de la Pasión,
el signo del amor se hace luz
y se deshacen las tinieblas.
Hemos ascendido por una alfombra
de versos a Jesús, aclamado primero,
y, luego, hemos descendido a un mundo
de Judas, que le condena después.
Este es el verdadero poema:
“Mira que estoy a la puerta y llamo”.
Quién no lo vea, mírese por dentro.
Quién se vea por dentro, compártalo.
Que un corazón que comparte
es un corazón que profesa
la procesión de la alegría pascual;
llevando su cruz,
con la cruz de la esperanza