Luz ahora: 0,14543 €/kWh

NARROS DEL CASTILLO: En uno de los que gozaron de más favor cerca de los...

En uno de los que gozaron de más favor cerca de los nobles de España, contábase esta aventura en tiempo de Carlomagno. He aquí su argumento.

La víspera de San Juan, salió de su castillo el marqués de Mantua, acompañado de muchos de sus caballeros, y con ellos emprendió el camino de una floresta que bordeaba el cauce de un río, con ánimo de entregarse a los placeres cinegéticos. Era el día caluroso, y la caza abundante. A la caída de la tarde sentáronse marqués y acompañantes a la orilla del camino, para gozar un rato de descanso y tomar algún alimento. Perros y caballos quedaron sueltos; y los halcones, libres del capirote, se abalanzaron sobre la ración de pajarillos que sus amos habían matado durante el día. Distraídos estaban los cazadores en amena charla sobre las vicisitudes de la cacería, cuando se presentó de improviso un hermoso ciervo, entre la espesura del follaje. Parecía el animal sobremanera sediento, pues, ávido y cauteloso a la vez, se acercaba al borde del río para beber en su fresca corriente.

Al ver tan soberbia caza pusieron se todos en pie, resueltos a darle caza, y fue tal el ladrar de los perros, que de un solo salto perdióse el ciervo en la revuelta espesura del bosque. En un abrir y cerrar de ojos montaron a caballo el marqués y sus acompañantes y lanzáronse en persecución del animal, que asustado huía a refugiarse en alguna escondida guarida. En continuo galopar avanzaban rápidos los cazadores, sin advertir cómo, insensiblemente, iban alejándose unos de otros, hasta que ya entrada la noche, el marqués de Mantua se halló solo y lejos de los suyos. Hizo sonar el cuerno de caza, mas en vano; nadie le respondió; y su caballo, que sin descansar había recorrido más de tres leguas, estaba medio muerto de fatiga.

Apeóse el noble señor, y, después de atar el jadeante animal al tronco de un árbol, a cuyo pie se extendía mullida alfombra de verde y fresca hierba, púsose a caminar por la floresta, con la esperanza de dar con alguno de sus caballeros. Recorrió todo el bosque, despertando los dormidos ecos con su bocina, pero a sus oídos no llegó la respuesta ansiada que le diese la pista de los suyos.

Pasó un día y otro, y no había ya en toda la floresta rincón que el marqués no hubiera registrado, cuando al asomarse a un claro vio con sorpresa a un caballero, que yacía tendido al pie de un árbol, lamentándose con voz tan débil, que sólo de tiempo en tiempo lograba percibir sus quejas.