NARROS DEL CASTILLO: El buen ermitaño se esforzó por calmar con palabras...

El buen ermitaño se esforzó por calmar con palabras de consuelo la cólera del noble anciano; y cuando éste hubo logrado sobreponerse a su dolor, preguntóle a su vez qué tierras eran aquéllas y quién era el señor de tales dominios. El santo varón, que no sabía con quién conversaba, respondió que toda la inmensa floresta que los rodeaba pertenecía al marqués de Mantua, el cual nunca se había dejado ver por aquellos contornos; y que las más cercanas viviendas eran su ermita, distante de allí más de una legua, y el castillo del gran duque de Milán, que se hallaba a más de cuatro. Oyó esto el marqués y suplicó al ermitaño no abandonase el cadáver de Valdovinos, en tanto él se encaminaba al castillo del duque de Milán en demanda de ayuda, e inmediatamente volvió a buscar su caballo, que entretanto había tomado abundante pasto y reposado con holgura. En el camino se encontró al escudero del difunto príncipe de Dacia, que tornaba de la engañosa correría a que el príncipe Carlos le obligara. La oportunidad del encuentro fue excelente y, así, hizo le sirviese de guía al castillo del duque de Milán, de quien obtuvo el auxilio necesario para trasladar el cuerpo del príncipe y preparar su enterramiento.

Mientras tales sucesos ocurrían, el emperador Carlomagno se sentaba, allá en París, en el trono de la Sala del Consejo, para dispensar justicia a todo el que la demandase. A su lado tenía a su sobrino Rolando, bravo caballero que era el terror de todos los malhechores. Iba ya el emperador a abandonar el trono, cuando le anunciaron que el duque de Milán, acompañado del marqués de Mantua, deseaba hablarle. Y pues ambos nobles eran vasallos suyos y sujetos a su autoridad, hízoles conducir a su presencia sin demora.

Acongojóse sobremanera el emperador Carlomagno, al saber la vil acción cometida por su hijo, pues era amante de la justicia y sólo con nobles hechos había engrandecido su reino; por tanto, declaró que si era cierto que el hijo del rey de Dacia había sido muerto a traición por el suyo, éste merecía la muerte, sin que de ella le librase la circunstancia de ser su propio hijo. El marqués de Mantua replicó al emperador que, puesto que la acusación era contra el príncipe heredero, no cumplía a tal padre ser juez de tal hijo, sino conforme a las antiguas usanzas de Francia, poner el juicio en manos del Consejo de nobles del imperio. Reunió el emperador el Consejo e hizo venir al príncipe Carlos para someterlo al dictamen de los consejeros. Al juicio asistieron los parientes más cercanos del infortunado Valdovinos, y entre ello su viuda, princesa de Sevilla, y su madre, la reina de Dacia.

Oyeron los jueces, que eran los grandes nobles del imperio, la acusación del marqués de Mantua contra el príncipe; y, no pudiendo negar éste el cargo que se le hacía de que, sin haber mediado contienda ni disputa alguna entre él y el príncipe de Dacia, le había dado muerte a traición y alevosamente, condenósele.