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NARROS DEL CASTILLO: III...

III

Cuando miraba atento
aquel tren que corría como el viento,
con sonrisa impregnada de amargura,
me preguntó la joven con dulzura:
- ¿Sois español?- y a su armonioso acento,
tan armonioso y puro, que aún ahora
el recordarlo sólo me embelesa,
- Soy español,- le dije;- ¿y vos, señora?
- Yo- dijo- soy francesa.
- Podéis- la repliqué- con arrogancia
la hermosura alabar de vuestro suelo,
pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia
un país tan hermoso como el cielo.
- Verdad que es el país de mis amores
el país del ingenio y de la guerra;
pero en cambio,- me dijo,- es vuestra tierra
la patria del honor y de las flores:
no os podéis figurar cuánto me extraña
que al ver sus resplandores,
el sol de vuestra España
no tenga, como el de Asia, adoradores.-
Y después de halagarnos obsequiosos
del patrio amor el puro sentimiento,
nos quedamos silenciosos
como heridos de un mismo pensamiento.